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Revista Literaria AZUL@RTE

Omar REQUENA

Omar REQUENA

  

Omar REQUENA nació en Caracas en 1972. Vive actualmente en Ocumare del Tuy, la primera capital estatal mirandina. Cursó estudios de Derecho y Artes Visuales en la misma ciudad. Actualmente inicia el segundo semestre de Comunicación Social en la U.B.V. (Universidad Bolivariana de Venezuela) Tiene inéditos un poemario y una colección de piezas breves para teatro. Trabaja actualmente en su primer libro de relatos.

E-mail : omarrequena@yahoo.es   

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SOLES  

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A una señal desconocida se atenuaron las luces y cambió la música. Era como empezar a mirarlo todo a través de un cristal enorme y opaco: cuerpos desparramándose aquí, allá, entremezclados; hombres de cuatro brazos mujeres de seis piernas y bocas que les brotaban de cualquier parte, y se buscaban y se mordían con fruición unas a otras. Tacones en mano me levanté de la alfombra; la melodía, la penumbra y los martinis estallaron al unísono en mi cerebro. Mareada, solo atiné a recostarme de una pared. Fue como estar a punto de andar sobre la plancha pirata con las manos atadas a la espalda, para nada una sensación agradable. Tuve miedo. Tuve náuseas también. 

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Nani se había esfumado después de los videos. No sé, llega un momento en el cual te cansas y quedas en blanco luego de tanto mirar esas cosas; incluso pierdes respeto por ese parapeto de vida más o menos respetable de ciertas personas... los miras como títeres movidos por una mano ávida y enfermiza. No obstante eso, Nani y yo formábamos parte del festín... era la única opción. Buen servicio, discreción, nos repetían al infinito en la agencia. A Gregorio se le importaba un pito el atolondramiento de Nani, su primer intento de suicidio del que la rescaté a tiempo, o mis propios naufragios, mi cada vez mayor desgano por todo. Próximamente eran sus vacaciones en Cerdeña y las chicas debían aportar un extra, por el dinero y porque este paisito era una trampa, una maldita trampa... Recordarlo siempre a la hora de pensar en los beneficios, y las ventajas que no existían en ninguna otra parte. 

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Antes de bajar del taxi, besé a Nani. Era nuestra cábala para la buena suerte. ¿Dónde estaría? Me había dicho que incluso el mismísimo Gobernador estaría en la casa, pero no en compañía femenina precisamente. Quien lo diría. 

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Busqué un baño. Tropezaba cuerpos desconocidos en los rincones, sin rostros ni sexos. Algunos me llamaban directamente al centro de mi cabeza, podía sentir el cosquilleo en las sienes, el olor de sus voces trepándose a mis rodillas. Sacudí las piernas, pero aquello no se iba, y entonces relampaguearon los flashes. Me sujetaron con fuerza, rasgaron mis ropas y un dedo enorme se abrió paso por mi sexo no lubricado... Era eso, los soles visitaban la casona. Ya nunca más sería de noche. "Sonríe, cariño", me dijeron, "deja que la luz te traspase".  

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Entonces cerré los ojos para disfrazarme.

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