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Revista Literaria AZUL@RTE

Omar REQUENA

Omar REQUENA

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ENTRESUELOS

A Nidesca Suàrez.  

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0.1/ Inicio esta suerte de diario sin demasiada fe en los resultados. Tal vez sirva màs como ejercicio escritural (lleno de obvias carencias, claro) que como anecdotario. Confesionario: palabra que prefiero soslayar por sensiblera y poco honesta conmigo misma; aunque animal de emociones he sido siempre, me han alimentado y sostenido; también, sospecho, me dejarán caer sin redención posible.  

0.2/ Constatación (qué pocas veces nos llega ese halo de certeza con lo real) de que la luz es aquí una presencia, una membrana que te descubre poco a poco los objetos, desnudándolos pero con dulcedumbre. Adorar a Ocumare cuando no es pueblo, sino aleteo de luz y de silencio. 

0.3/ Mi café no llega. Un cigarrillo para la espera. Segundo sueño con Cristóbal en lo que va de semana. Igual no me habla: permanece sentado a la pequeña mesa, cubriendo y descubriendo una copa que fulgura como si tuviese incrustaciones de sol en los bordes. Bello, pero aún no consigo desentrañar el sentido, si lo tiene. Llamada tempranera de Laura; el grupo sigue sin lugar para reunirse y comenzar con las sesiones del taller. Son quince participantes, contando a los promotores de la idea. Laurita se queja del poco nivel literario;  las mujeres del grupo son todas unas pendejas. Los hombres, rescatables gracias a Reinaldo, Manuel y Guillermo, tres talentos disímiles pero no irreconciliables. Tengo conversa pendiente con Manuel, debo hablarle de mis sueños. No mamà, ni se te ocurra venir a Caracas, voy a estar ocupada con la tesis. Yo te digo cuándo.  

0.4/ El mundo, resumido en mi caótico mesón y mis gatos. Flojera. Ganas de leer. Ganas de no leer. Soledad, humo, virutas. Inconexa. Desprendida. 

0.5/ Charla en el liceo sobre el Mayo francés. Breve, ya que interesaron màs los detalles de la revuelta callejera que las motivaciones ideológicas. Los muchachos, sorprendidos de saberme en esos días en Nanterre, dejando pintas en las paredes, anunciando un mundo que existía por el simple hecho de nombrarlo. Luego mamà que llega a Francia y me trae de los cabellos de regreso a la hacienda, al castigo, a la estrechez. Le costó un puyero sacarme los pegostes de spray que todavía me quedaban en el pelo. Un regaño espantoso y días de encierro. A la cuarta noche logré salir por una ventana del cuarto. Corriendo, llegué a la carretera y me perdí: no había màs que oscuridad regada por todas partes, era noche sin luna. Los peones me encontraron recostada a un árbol de mango al día siguiente. Papá me abofeteó delante del servicio y me aseguró que nunca dejaría los Valles del Tuy. ¿Sentencia o profecía? Aún me desvelo pensando. 

0.7/ He roto ya tres borradores. No, no caminan las palabras. Es duro convocar un poema cuando se lo necesita.De veinte líneas pomposas, apenas un residuo de seis: Sembrados en luz artificial. Jugábamos a la memoria desnuda el alma trepaba muslo arriba cazaba mariposas en el techo perdía su condición efímera. No está mal, se acerca bastante a lo que siento y pienso ahora. ¿La memoria será luz artificial, o como diría Aragon: vivre n`est plus qu`un stratagème? Nuevo sueño con Cristóbal. Idéntico a los ulteriores, salvo por el detalle de la servilleta en su mano, bordada, como las que usé en mi matrimonio con Gonzalo. Matrimonio de rebeldía. La obsesión era huir, huir. Como fuera, con quien fuera. Romper el designio familiar, enfrentando un marido a un padre. Ilusa yo, creyendo que los brazos de un hombre liberan; hay que ser bien pendeja, no joda.  

0.8/ Aunque lo de Pablo, mi primer marido, fue bello, si una considera bello el vivir en la màs humilde de las casas – prácticamente un rancho- cocinando de rodillas frente a un fogón. Yo, que jamás lavé una taza, que tuve una cargadora portuguesa (María das Dores Figueiredo, que en paz descanse) colando café con los dedos manchados de hollín, mientras Pablo trabajaba en sus esculturas. Aquél patio sembrado de trastos, muchos indefinibles; metáforas del óxido y el desgaste como quiso Kurt Schwiters. Pablo jamás oyó hablar de él. No le interesaba realmente. Yo, hacía traducciones libres de Renè Char para leérselos de noche cuando regresaba de la fábrica. Preparaba platillos que resultaban un desastre. Hablábamos de Revolución. Indefectiblemente, terminaba “vapuleada” por ser hija de Oligarcas. Pablo se creía un revolucionario total. En realidad, su fervor “izquierdoso” venía de sus tiempos de liceísta lector de manualitos engorrosos y panfletos altisonantes, mal escritos, que son por lo general la quintaesencia ideológica de la gente de izquierda en Venezuela. Revolucionarios de liceo, y que me perdonen. 

0.9/ Hundida, descentrada, hundida. Tengo tanta desazón en el cuerpo que rompo a temblar. Quiero dormir, volver a mis ocho años en Lima cuando papá hacía el curso de Estado Mayor, e íbamos de vacaciones a Paracas. Coleccionar piedras de playa. Quiero todo eso ahora, aunque sea imposible. Y quemar estas malditas páginas. 

10./ Harta, coño. 

11./ “Todos somos Julius”. La única frase decente que he leído de ese muchachito Andrés Caicedo. De seguro le quedó la misma sensación  que a mí con la novela de Bryce Echenique. Sí, todos somos Julius. Caicedo, mijo: no eras malo. Soy injusta contigo, es que ese Cali de pesadilla no me va, yo necesito luz… mi Ocumare quiere ser calor y sol escandaloso. 

12./ Alberto llegaba. Me pedía trancar la reja del porche, encerrábamos  a los gatos y una vez sentado al mesón, lo trabajaba con la lengua hasta que se corría en mis mejillas. Su expresión de arrobo era encantadora. En una ocasión casi coinciden él y Gonzalo que regresaba temprano del hospital. Éste jamás sospechó nada. Ocupado como siempre con los problemas mecánicos de su camioneta, el dominó y sus amigos de sobrenombre animalezco, ni cuenta se dio de aquéllas visitas vespertinas. Si decidí cortar con todo eso, fue por los muchachos. Nunca me lo hubieran perdonado de saberlo. 

13./ Los amigos me piden hablar de lo que ya no importa. No importa el General Gómez: el país ni se pacificó, ni se acabó con el caudillismo. No importa la tan cacareada “transición democrática”. Siguieron los andinos en el poder un tiempo màs. 

14./ Mi familia provenía, por el lado materno, de terratenientes tachirenses. Caciques locales que hacían, en nombre del Benemérito, lo que les viniera en gana. 

15./ López Contreras cedió, en el Rosario de Cúcuta, miles de kilómetros de territorio venezolano. Pero a mí qué. Eso no me importa. No me importa Delgado Chalbaud. No me importa Isaías Medina Angarita, ni la Ley de Hidrocarburos, ni la Ley Agraria. No me importan las marramucias de Acción Democrática o Copei, alebrestando guarniciones en Valencia y La Victoria. Ni medio doy por la Revolución de Octubre. Sé bien que papá y el General Pérez Jiménez estuvieron detenidos, para después terminar derrocando a Medina Angarita. Pero no pienso acumular màs notas. Esa bendita novela, de mí, no la tendrán jamás. 

16./ 20 de Marzo de 1992. Haciendo la compra en la Calle Bolívar, un señor agitaba furioso una página de periódico, mientras decía a un amigo: “¿chico, será que todos los Hugo conocidos, en el fondo son unos huevones?” Reí de buena gana. 

17./ Una terracita madrileña, abierta al sol de verano… un vaso de ron con naranjada. Mi mayor ambición a esta hora.  

18./ Ocumare debería tener terrazas donde sentarse a ver pasar la tarde. Y muchos Cristóbal que rompan la dura costra de los sueños, para conversar horas y horas sobre lo que verdaderamente vale la pena: las fluctuaciones del corazón. Sin remilgos ni cortapisas.Cristóbal, amigo, debimos prohibirte morir. Almas como la tuya son irrecuperables. ¿Qué hago yo ahora con tanto estropicio?  

19./ Contarte que sigo siendo la niña irremediable que paseaba a tu lado por Castellana, compartiendo cigarrillos y confidencias. Dieciocho años mayor que yo. Mamà te creyó mi novio y desconfiaba. Pero cuando aquél diciembre alabaste sus hallacas, hasta de hijo te trató. No había mejor manera de ganarse  a mamà, sino prodigando sus hallacas. ¡Ah, dominicano zalamero!  Mi mesón. Mis cinco gatos. Les hablo de ti, Cristóbal, y como que entienden porque los veo olfatear el aire; cada palabra ha de llevarles un olor distinto. Eso, me conmueve hasta las lágrimas.  

20./ Ocumare, despliega en mi vida su oficio lento de caracol idiota que se arrastra de lado; no hacia el pasado, tampoco al futuro. El presente es la peor tortura. No te deja escapar. Solo hay residuos. Todos somos Julius. 

21./ Ayer, en la parte màs esplendente del día, encontré a mis padres fumando en el porche. No me miraron. Grité entonces a Gonzalo que hasta aquí todo. Que clausuraba el cuaderno. 

        

Sobra decir que Thaìs no dejó màs notas. Su pretendido ejercicio escritural quedó trunco, y maravillosas anécdotas y memorias de familiares se han perdido irremediablemente. Cumplió con la promesa de no dejarnos el maravilloso libro que sabíamos era capaz de escribir. La alucinación con los padres muertos la silenció. Tal vez la desconcertaba hasta el miedo lo inexorable de la profecía familiar: cuando un Velasco iba a fallecer, algún antepasado ya ido se encargaba de advertirle en sueños, o bien apareciéndose directamente. No doy demasiado crédito a tales fenómenos y prefiero pensar que una larga depresión –Thaìs se había enganchado al Lexotanil- alteraba significativamente sus percepciones.  A los tres meses estaba yo en su casa, llenando mis manos con esencia de frailejón, masajeando su espalda pequeña y salpicada de lunares. Una pedregosa disnea la dejaba hablar apenas. A mi lado, Elsa ponía a punto el nebulizador, contando minuciosamente las goticas de solución salina y de otros medicamentos que ya no recuerdo. Llevarla al Hospital General de los Valles del Tuy habría sido fatal; aparte de estar desabastecido, se hablaba de una falta de asepsia tal, que era un riesgo cualquier hospitalización.  Sobran los malditos comentarios a este respecto. Elsa, desempleada y con una hipoteca encima pendiendo como guadaña, no resultaba de gran ayuda. Yo, recién separado de Astrid que había vuelto a Brasil, hundido y sin blanca. Fermín realizaba milagros desde Maracaibo; consiguió en tiempo récord la bombona de oxígeno, eso que no estaba precisamente boyante. El patético cuadro se completaba con las interminables peroratas de Gonzalo. Habiendo sido un inútil toda la vida, no existía razón para que cambiara de actitud en una situación tan delicada; antes bien, trataba de justificar con las excusas màs imbèciles el como dejaba morir de mengua a Thaìs. Ni Elsa ni yo le hacíamos caso. La disnea volvía cada media hora. Intensa, feroz. Elsa improvisaba abanicos con la cubierta de libretas usadas. Yo, buscaba el frasquito con esencia de frailejón para reintentar con el masaje. Thaìs boqueaba en busca de un aire que se le iba, que se negaba a entrar en esos pulmones atormentados. Esputaba, y era una cosa blancuzca, infecta, lo que se iba por el lavamanos. Larga y dura fue aquella noche con Thaìs negándose a dormir por la asfixia, orinando sobre periódicos puestos en el suelo. Al final,  ya no quería ni moverse. Thaìs, ocasionalmente, gritaba. Gemía, confesando que era su fin. Incluso se vio fumando como antes, como yo la conocí al visitar su casa por primera vez en compañía de Laura. Para todos, el retrato era éste: el ancho mesón lleno de papeles, un libro abierto, la infaltable taza de café – que jamás supo preparar- y Thaìs fuma que fuma cajetilla tras otra, conversando siempre. Desde su Madrid de juventud con colegio de monjas francesas; su visita a Italia donde miró hasta cansarse a los “policías màs bellos del mundo”; su querida Nanterre, de donde la sacó una familia inculta, opulenta, dormida en un oxidado abolengo, y aún con eso dueños de historias fabulosas que solo ella conocía al dedo. Sí, Thaìs se vio fumando como antes. 

Cinco o seis calles feas y angostas, parecen tener la rara propiedad de moldear vidas a su antojo. Seres como Thaìs trataron en lo posible de “desligarse”: monotonía, encierro, horizontes limitados, sordidez; también cultura literaria, alcohol… el repertorio, aunque restringido, permite, digamos, huir. En lo aparente, se entiende. No sabemos qué cosa es Ocumare en el fondo. Una mujer cuya familia tuvo poder económico y posición social, debió contar por lo menos con mayores recursos para sobrellevar sus últimos años decentemente. No fue así. Algo de este lugar, moldea y condiciona. ¿Cuando se lo permitimos? Quizá. No doy respuestas absolutas; a estas alturas se me hacen, si no sospechosas, poco certeras.  Thaìs se ha ido. En el balance, creo que también el pueblo sale perdiendo. Ocumare deviene ficticio, la vieja esencia es sustituida y queda para el papel o la memoria. Somos suburbio, bala caliente. Odio líquido. Confío en que el sol hablará por nosotros al final.      

1 comentario

oscar felipe chavez -

gracias por la literatura... sin mas palabras.... si tienes textos dramatúrgicos yo tengo el grupo de teatro, por favor envíamelos para ver si podemos realizar una coprducción colombo-venezolana o venezolano-colombiana.