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Revista Literaria AZUL@RTE

Carlos YUSTI

Carlos YUSTI

 

Carlos Yusti, 1959, Valencia, Venezuela, pintor y escritor. Ha publicado los libros de ensayos "Vírgenes necias", "De Ciertos Peces Voladores", "Pocaterra y su mundo". Tiene inédito los libros "La mirada impertinente", textos sobre artes visuales y "Perdido en la biblioteca del Capitán Nemo". Como pintor ha realizado 28 exposiciones individuales. Está realizando la exposición "COLOR A RAJATABLA" en el núcleo de Universidad de Guayana. Sus artículos se publican en la actualidad en el suplemento cultural de Últimas Noticias, El Correo del Caroní y en LETRA INVERSA suplemento cultural del diario NOTI-TARDE. Dirige la página de arte y literatura.

E-mail: carlosyusti@cantv.net   

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FRACASO Y POESÍA

Carlos Yusti

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En la cultura japonesa parecen existir dos constantes estrechamente relacionadas: la poesía breve, representada por una forma poética conocida como Haiku, y el Seppuku, que es él termino chino utilizado para designar lo que se conoce como hara-kiri.

La poesía japonesa ha captado el interés de infinidad poetas occidentales, quienes se sienten sugestionados por la economía de medios lingüísticos empleados en el poema para expresar hondos sentimientos y perdurables metáforas unidas a la naturaleza y la existencia ausente de toda suntuosidad, tanto material como espiritual. Reynaldo Pérez Só ha escrito con justa razón: “Cuando hablamos y pensamos sobre la poesía japonesa, una imagen, un lugar común se nos muestra: la poesía japonesa es muy corta, concentrada. Realmente, no es cierto, pues nos limitamos a las traducciones occidentales”. Acotaba así Pérez Só que era imposible intentar traducir las representaciones pictográficas (ideogramas, kanjis) con los cuales se escribe la poesía japonesa y que enlaza, desde lo estético-visual, al lector con el poema en un más allá del poema como mero transmisor de palabras y metáforas.

El Haiku nació en el oriente, no obstante se desarrolló con gran vigor en el Japón. No se conoce el período, ni la época en que surge como género literario. Muchos estudiosos coinciden en que el Haiku se desprende de otra forma poética conocida como Tanka, o Renga, que era un poema compuesto por cinco versos divididos en cinco estrofas manteniendo una estructura de 5,7,5,7,7, sílabas. En el Haiku se simplifica mucho más el lenguaje quedando conformado por tres versos de 5,7,5 sílabas. El Haiku más que una actividad intelectual es una operación del espíritu que intenta entrelazar, desde la emoción, la naturaleza a nuestra existencia, razón por la cual se le denomina en algunos estudios críticos como poesía de estaciones:

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Recogiendo hacia el mar
Las lluvias de mayo, corre fresco
el río Nogami
(Basho)
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Lluvia de verano:
Miles de palabras
Sin sacar mi pluma
(Busón)
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Yo que me voy
tú que té quedas:
Dos otoños
(Shiki).

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El Haiku es una poética que enuncia un estado superior del alma, donde el poder y todas esas cuestiones en apariencia importantes son efímeras ante el prodigio de la naturaleza:

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Las luces del palacio
Son más débiles
Esta noche de nieve
(Shiki)

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Un ensayo de Marguerite Yourcenar, del cual hemos tomado algunos datos, ofrece noticias acerca de Ivan Morris y sus estudios acerca de esos aspectos de violenta heroicidad que impregnan de poéticos aromas el alma japonesa.

El suicidio en Japón, a diferencia de occidente, posee más connotaciones de acto heroico que de hecho trágico. El suicidio busca, para emplear una frase de Morris, brindarle nobleza al fracaso, intenta proporcionarle osatura trascendental al intento fallido, a la empresa fracasada. Para aclarar un poco todo esto se hace necesario citar algunos ejemplos.

El emperador Takeru le consigna la misión a su hijo, el príncipe Yamato Takeru, de pacificar ciertas regiones que le eran hostiles, donde la revuelta y el asesinato estaban en incontrolable efervescencia. Dicha misión no era más que una manera indirecta empleada por el emperador para eliminar a su hijo, inteligente y de noble corazón, quien poco a poco se había convertido en un obstáculo para su desmedida ambición de poder.

Los hombres que acompañan al príncipe Takeru son derrotados. El príncipe huye a un bosque de pinos, pero luego entiende que su último recurso es el Seppuku. Antes de morir murmura:

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¡Oh, pino solitario!
¡Oh, hermano mío!

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En el siglo X el gobierno de la época Heian sentenciaba al exilio a Michizane, político de peligrosas convicciones políticas. La medida estatal fue efectiva. Michizane alejado de su tierra moriría de nostalgia. En un breve texto poético evoca toda su desolación, toda su aflicción por los árboles de su hermoso jardín, los cuales se había visto en la obligación de abandonar:

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Si el viento del Oeste sopla hacia mí,
¡Oh, flores del ciruelo
enviadme vuestro perfume!
No olvidéis la primavera
Aunque vuestro amo ya no esté ahí...

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En el siglo 19, el ilustre Saigo, que iba a causarse mortales heridas en el vientre, luego de ser el artífice de una revuelta campesina que tuvo un pavoroso final. Saigo mirando, con lágrimas en los ojos, el campo inundado de cadáveres se vuelve hacia la naturaleza y esquivando por un instante el horror exclama:

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Soy indiferente al frío de invierno
Los corazones helados de los hombres son
los que me causan temor
Sé que pronto llegará mi fin:
¡Que júbilo morir como las resplandecientes hojas que caen en Tatsuta
Antes de que las lluvias de otoño le arranquen su fulgor!

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En el siglo 20 el ejemplo más pavoroso fue protagonizado por los jóvenes kamikazes, pilotos suicidas en la Segunda Guerra, quienes estrellaban sus aviones contra los barcos enemigos. Dichos pilotos con la convicción de que no regresarían vivos siempre dejaban una nota de partida. En 1945, un joven de apenas 22 años, con serena claridad escribió:

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Si por lo menos pudiéramos caer
como las flores del cerezo
tan puras, tan luminosas...

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Días después del estallido de la bomba en Hiroshima, el viejo almirante Onishi, responsable de toda la tragedia kamikaze, se hace el Seppuku y luego de una agonía terrible de horas (se había negado que le propinaran el golpe de gracia) deja su último poema:

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Límpida y fresca brilla la luna
tras la espantosa tormenta...

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Marguerite Yourcenar ha escrito con precisa inteligencia: “...el heroísmo samurai se une en estos sentimientos del trágico conocimiento de la vida que conduce a la poesía y al sacrificio al mismo tiempo”.Todo hombre, o toda mujer, en determinado punto de su existencia se enfrenta a la sombra del fracaso. Caer y volverse a levantar parece ser la actitud de los espíritus situados más acá de la poesía y el suicidio. Convertir fracasos en éxitos es la postura de quien se sabe moldeado en la constancia, no obstante no deja de ser una subrayada lección esa de darle profundidad estética y honorabilidad al fracaso. Además todas las causas perdidas tienen en el fondo algo de sublime poética.

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