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Revista Literaria AZUL@RTE

Alain BADIOU

Alain BADIOU

 

Alain Badiou, un filósofo militante

Por Christian Descamps  

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En Lógicas de los mundos, recién publicado en Francia, elfilósofo sigue afirmando el carácter absoluto de las verdades contra la decepción de los posmodernos, "amigos de todo el mundo". Con coraje hace valer lo universal. 

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Alain Badiou es un provocador colosal. Este filósofo que, como Sartre, practica la literatura, el teatro y la política, tiene la ambición, tan extraña en nuestro tiempo, de construir un sistema. En el primer tomo de El ser y el acontecimiento , su pensamiento exigente se apoyó en las matemáticas. Ahora, en el segundo ( Logiques des mondes ; Seuil, 640 páginas) se consagra a la lógica. Pero con la intención, siempre, de precisar las verdades como excepciones. Contra la vulgata materialista contemporánea que afirma: "sólo existen cuerpos y lenguajes", nuestro filósofo sostiene: "existen cuerpos, lenguajes y verdades". Por lo demás, sólo estas últimas autorizan una vida que no sea un renunciamiento indigno, un simple apego a la referencia a las mercancías.

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Afirmemos, de entrada, las dificultades inherentes al abordaje de este libro rico, por momentos arduo y técnico. Esta obra histórica, filosófica, lógica, no se lee: se trabaja, lápiz en mano (de todos modos, ¿qué aspirante a filósofo no se devanó los sesos con ciertos pasajes del Parménides , de Platón, o con la Ciencia de la lógica , de Hegel?). Sin embargo, otra aspereza alejará a bastantes lectores. El inflexible Badiou se mantiene "fiel" a la Revolución Cultural (a esa pro China soñada por los maoístas franceses de los años 70) y, para muchos, eso bastará para descalificar su búsqueda... justamente cuando en Tíbet se erige una estatua al presidente Mao.

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Badiou -junto con Deleuze, Lyotard, Châtelet y Foucault- fue uno de esos filósofos militantes que elevaron el trabajo conceptual en la universidad de Vincennes. Y lo hicieron en un ambiente nada bucólico. Badiou cuenta que, habiendo calificado a Lyotard de sofista, éste lo tildó a su vez ¡de estalinista! No obstante, la avidez intelectual, los autores que cada uno valoraba -Badiou a Platón, Descartes y Hegel; Deleuze a Hume, Nietzsche y Bergson- convirtieron esos disensos en una matriz fecunda. Los gustos compartidos (Beckett, Mallarmé) fomentaron, además, una verdadera estima entre ellos. En el fondo, los enemigos comunes alimentaron bastantes complicidades...

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Pero volvamos al presente, al trabajo teórico propiamente dicho. Para nuestro autor, la filosofía por sí sola no produce ninguna verdad efectiva. Capta verdades exteriores, se muestra capaz de designarlas, destacarlas y hacer advenir nuevos mundos a partir de ellas. Contra el escepticismo chato de nuestro período de Restauración, contra su cinismo, es importante sostener ciertos resplandores, porque hacer brotar lo verdadero es verificar de qué modo un término de una situación es compatible con el cuadrilátero: arte, ciencia, política y amor (los cuatro puntos centrales de toda visión filosófica). Por consiguiente, las operaciones que hacen advenir a las matemáticas, a la poesía, al acontecimiento político y a la declaración de amor despliegan conjeturas pensables, verdades, excepciones a lo que hay.

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Al arremeter contra la sofística, los juegos de lenguaje (centrarse en el mero examen del idioma es reducir lo filosófico a un fastidioso ejercicio de gramática), "la expresión de sí mismo", el prosaísmo y el academicismo, Badiou basa sus reflexiones en ejemplos espléndidos. El arte moviliza a los caballos de la gruta Chauvet y a Hubert Robert; la política convoca a Robespierre, a Toussaint-Louverture y a las manifestaciones -cuerpos colectivos-. El amor recurre a Dido y Eneas, la pareja virgiliana, y la ciencia, a Grothendieck y a la lógica matemática.

Pensándolo bien, se trata de preguntarse qué es vivir filosóficamente en inmortal. Lo importante aquí, dice Badiou, es militar por:

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"La libertad contra la naturaleza, el acontecimiento contra el estado de cosas, la verdad contra las opiniones, la intensidad de la vida contra la supervivencia, la igualdad contra la equidad, la rebelión contra la aceptación, la eternidad contra la historia, la ciencia contra la técnica, el arte contra la cultura, la política contra la administración, el amor contra la familia."

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Con notable brío, esta obra afirma:
"¡Sí, la verdadera vida está presente!". Contra la realidad átona, sin ideas (que ya no tiene ni siquiera idea de qué es una idea), esta reflexión propone: "El infinito de los mundos es lo que nos salva de toda desgracia finita".

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En su discusión con Deleuze -ese filósofo del cambio y los devenires divergentes-, vaya una crítica maliciosa a nuestro autor. Apegado a Descartes, Badiou sostiene que la creación de verdades es una apariencia de su eternidad. Sobre este punto, pensemos en las matemáticas. Podemos sostener, efectivamente, que los teoremas no se crean, que se descubren, que "ya están ahí", desde siempre, en una especie de empíreo platónico. Desde esta óptica, las matemáticas -la bestia, en la jerga de los investigadores- son anteriores a los viajes de los navegantes genoveses, igual que América. En cambio, pensemos en la rueda o -en el campo sociopolítico- en el ágora de Pericles. ¡Allí estamos frente a dos creaciones absolutas! Y, por una vez, estas invenciones históricas puras no dormitaban en ningún cielo de ideas separadas...

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Queda por decir que nos reencontramos en el combate de Badiou contra los posmodernos, "amigos de todo el mundo". Con coraje, él hace valer lo universal (ama a San Pablo) contra la libre competencia entre los aparatos culturales, esas pequeñas máquinas que producen sentidos minúsculos. Reacio a la astenia, al retraimiento en la familia, al consumo infinito, Badiou valora la decisión, lo tajante. Así, se encamina con y contra Lacan; rechaza la muerte, junto con Spinoza (la sabiduría es una meditación de la vida y no de la muerte); riñe con Leibniz, el conciliador, el moderado, el flexible discípulo de Descartes... Directo, nuestro filósofo no oculta su prevención con respecto a la insoslayable roca kantiana. "¡No tiene derecho!", le dice constantemente al profesor de Königsberg.

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Junto a una auténtica erudición filosófica, encontramos en el libro maravillosos paseos novelescos. Los relatos de la batalla de Gaugamela (Alejandro vence allí a Darío inventando el ataque oblicuo), de la Comuna de París (ese poder obrero), de la rebelión de Espartaco (al constituirse en ejército, los esclavos dejan de ser tales) y de la fiesta de La nueva Eloísa son pequeñas obras maestras, surgimientos de sitios excepcionales. Vemos surgir mundos singulares, consistentes; en particular, en el campo de las matemáticas, la aparición de Galois también abre un espacio inédito que quiebra la historia de esta disciplina. En más de un sentido, esos momentos intensivos encantan el mundo. Así, será un placer visitar de nuevo El cementerio marino de Valéry. Allí volveremos a encontrar la potencia máxima del sol de Sète, los muertos, el mar que siempre recomienza ("siempre" remite a la vez a lo idéntico y a lo diferente). En realidad, se trata de escuchar, en filósofo:
"¡No, no! ¡De pie! [...] Corramos hacia la ola saltarina, viva".

De hecho, los sujetos políticos, artísticos, amorosos, científicos -esos tipos de verdades- remiten al entusiasmo por la igualdad, al placer perceptivo, a la intensa felicidad existencial, al gozo de nuevas luces. En suma, conviene oponerse, punto por punto, a la reacción, al academicismo, a la conyugalidad, al pedagogismo. El desafío de Logiques des mondes -la soberbia, dicen sus detractores- es conferir un carácter absoluto a la relación con las verdades:
"Así pues, llamaremos ´inmortal a quien acceda, de manera absoluta, a algunas verdades".

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Por Christian Descamps
La Quinzaine Littéraire, 2006


(Trad. de Zoraida J. Valcárcel)

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