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Revista Literaria AZUL@RTE

Mariana LLANO

Mariana LLANO

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E-mail : mariana_llano@hotmail.com

Pagina personal : http://www.marianallano.com  

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Narrativa  

La noche de Puse Pupuche

«La noche la hice yo para que tu viajero pasaras la frontera antes del dia.» Ramón Ordaz 

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La noche cabalgó a sus espaldas como bestia desbocada. Todo el aire se le iba en luceros. El monte empezó a murmurar, las voces fueron creciendo en sombras progresivas y los huacos dormidos despertaron al vaho del hombre. Puse Pupuche iba al encuentro de su hora. Un nubarrón cruzó borrándole la luna al primer respingo de los sauces ¡la noche se jodió esa noche!. Puse Pupuche pensó en la María, tan linda y fresca. Medio serrana, medio cholita. Tan mujercita y acariciable. Tan hecha a la medida de sus antojos, hoy, que volvía del ejército más hombre, más cholo, más arrecho.

Con el sol motivándole calores comenzó a construirle el hogar en el vientre del valle verdecito, flanqueado por huacas milenarias de donde extrajera las chaquiras primeras, la arcilla morena quemada en los hornos de la historia y la manta real de la tumba sagrada.

Cuánto eco arreció sobre los vientos: Cuánto silencio para los augurios: Un reclamo que no fue escuchado, una profanación que conjuró el estigma de su tiempo ya sin tiempo. Y con el poco tiempo en las entrañas, la tierra se hizo choza.

Choza de barro y quincha con dos potros de algarrobo cruzados en lecho y la manta de rayas y muecas ancestrales oro-indio, y el ardor de los dos tumbados en la siesta con todo el universo girando alrededor. Choza de caña brava y sudor de varón enamorado. Hoy que volvía de hacerse más hombre para ella, que la vida se ofrecía fresca y limpia como los cabellos endrinos de María. Hoy que era tan joven y tan fuerte, que latía su sangre agolpando la pasión dentro del pecho por la cholita querendona y dulce. Cuántas veces la soñó desnudita y temblorosa, bajo su torrente de besos. Cuántas noches su noche elucubró el rapto más romántico y audaz, monte adentro. Pero su linda María no se merecía que la robara y le arrancara la inocencia entre sollozos. Ella era una flor silvestre y pura, un ramito de azahar contra su pecho ardiente.

Por eso fue donde el cura del pueblo y, juntos, visitaron la casa de los Mayanga. Don Polidoro, cholo norteño y prieto, doña Ricardina, mujercita menuda y pálida, traída en rapto desde las alturas para procrear la raza de nuevas amazonas nativas en la híbrida sangre de su amor. Los Mayanga, desde entonces, le prodigaron sus afectos. Bebieron chicha dulce, como los besos de María en su vestido de domingo.

Toda la felicidad del mundo anidó en sus corazones aferrados a la caña brava de su amor. Juntos tejieron esperanzas en el valle alfombrado de verdor. Eligieron parcelas y legumbres, pájaros y campiña para el hogar común. Juntos trazaron la senda al río en su voz de torcaza, y la quincha fue alzándose hacia el cielo, para crecer en forma de hogar. Mas ahí aguardaban los gentiles su tiempo de ritual.

Puse Pupuche doblegó la tierra, le imprimió la fuerza de su viril empeño y ahora, volvía el dolor; dolor agudo en la piel de su hombría, dolor que avanzaba tarde a tarde rompiéndole la noche en estertores. El corazón vibraba con la sangre avanzando envenenada, el corazón que ya no era más la manzana más dulce que apretaba su puño de emociones, la silueta más tierna flechada con sus nombres en algún algarrobo despeinado. El corazón, en esta noche hedionda a muerte, era sólo una víscera sangrante y dolorosa latiendo a espasmos, derramándose en su hiel nocturna.

Puse Pupuche se acomodó en la estera; bajo un cielo neblinado y enorme, como sus ansias de llegar al horizonte de María, y poseerla con delicia, con exacta pasión.

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«Ven a consolarme… ven a acariciarmecomo en esa noche que te besé.»

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Hoy el cielo no tuvo poncho de astros. El norte es cálido y los zancudos pican cara y culo por igual. Y esta noche urdida en las tinieblas, el dolor más agudo quebrantóle hasta el suplicio, curvándole la sombra y la cerviz, dejándole sin habla. Puse Pupuche piensa en la María, en sus piernas torneaditas y rosadas como camotitos tiernos, en sus pechos tibios, enhiestos; en su cuerpo entregándose a él en esta choza nueva que construye con cañas de su propia bravura. ¿Cuánto nos falta para amanecer? ¿Cuántas estrellas habitan la nube más lejana? ¿Cuánta pasión incendia su deseo? Nadie responde. Los ojos de María - niña, María - ya - mujer, danzan en las tinieblas. Su risa le arranca el silencio, su aliento a pomarrosa le escuece más las ansias de tenerla ¡urgentemente ahora! que la vida se va.

Mas los espasmos crecen y la respiración se le atraganta. ¡Cómo tener hoy noche, todo el perfil insomne de su María - novia! ¡Cómo robarle al tiempo un infinito vuelo a su ventana, acaso como garza o cuculí!

Lenta, inexorable, va imponiéndose la muerte en su festín de duelos. La lechuza erguida de conjuros, vuela sobra la choza. Las sombras se acumulan en sus gritos. Puse Pupuche no puede entender esta traición sin límites ni velos, este juego creado para él, único actor en esta farsa cruel que le arrebata el aire y la palabra, la esperanza de amar y la razón. El corazón oprime sus latidos, del pecho hasta la mano. Hay un dolor izquierdo que acompasa el tic-tac sobre su sien. La María prometida a su dicha no poblará jamás su vida, abriéndose a sus ansias desbocadas en entrega. Los hijos no vendrán a continuarles para la eternidad que hoy le niega el destino. A la mañana nueva, el sol ha de embestir las cumbres y los mares ya sin él.

El, que trajinó estaciones enteras, con el barro y la caña, con la yunta y el sol, abriéndole canales a la tierra, inventándole mágicos invernaderos, frescos abrevaderos y corrales, para toda la fauna pletórica de trinos, relinchos, cacareos... Y nadie habrá de socorrerle en medio del monte con sus huacas dormidas y sus espantos mudos. Noche inerte de fuegos apagados. Noche sin noche.

Puse Pupuche, al pie de la punzada cortante y maligna, alcanza todavía avizorar la dicha concebida con amor, como un hijo del sueño, como un fruto del tiempo. La María es tan joven y bonita, y ya no volverán más a suspirar enamorados con los pasillos tiernos de su romance trunco en el dintel del corazón. Ya no estremecerán su pensamiento las polleras de María cuando, al vaivén de "Los Sabanales" columpiábase de amor entre sus brazos, y su risa coqueta en una guirnalda en el manojo de sus besos. ¡Ay!, la dicha que coronaría su juvenil hombría, hoy se iba agostando, esfumándose a pausas. ¿De qué sirven las luces de toditos los cielos estrellados? ¿De qué la Nube que huye de su cómplice acecho tras la muerte? Si la maldita víscera - manzana se está rompiendo el pecho a puñaladas, si los gentiles mudos deciden terminar tanto silencio yermo, si la sombra se yergue sobre su estatura de roble y azafrán, si la huaca decide la hora de la hora para cobrarse caro toda profanación. !Ay, la María simple como flor y complicada como el caleidoscopio azul del arco iris!

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«Cuando llegan las horas de la nochey me siento tan solo porque no estás aquí...»

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En los pueblos del norte, el valle es un requiebro para incitar a la luna. Puse Pupuche sueña sus últimos desvelos, mientras María duerme bajo el toldo del pudor, intacta, ignorando el ardor de barro y caña que se desata en el valle sagrado de sus antepasados Yunga. Inútil ya la choza levantada junto a los cementerios del ayer, entre huacas eternas, consagradas al culto de sus muertos.

Los muertos que reclaman la venganza, las tumbas depredadas sin dolor. Puse Pupuche no ha de compartir el vuelo inextinguible de la noche, la aurora más audaz. La cabaña y sus ecos y rincones, la risa del domingo, la chicha macerada en porongos de arcilla y edad, bajo la tierra apuntalada con huesos del pasado, el amor de Maria y la retreta de una noche de velámenes y viento...

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«Yo recuerdo junto a los guayabales aquellos sabanales donde te conocí»

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Porque hoy, en el momento pleno de su muerte, Puse Pupuche sueña intensamente con la trenza deshecha de María sobre el lecho, con el beso y sus manos naufragando en el cuerpo de María, bajo la manta inmensa rojo-indio que arrebatara a sus antepasados en la huaca profanada por sus manos de guerrero ciego. Los espíritus del campo le reclaman apretándole, lento y tenaz, el corazón.

Cuando asoma a la choza tejida con juncos de caricias y barro de pasión, el viento sopla la ceniza de su mala hora, ceniza que no llega a los ojos de María, que mañana han de nublarse cuando los convoque el llanto, en cataratas rotas y nísperos helados.

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Ilustración : Mohammad Rafi Ziai http://www.irancartoon.com/rafiziai/index.htm

1 comentario

mariana llano -

muy agradecida por incluirme en su revista, pero agradeceria ponerme solo MARIANA LLANO, es mi seudonimo artistico, de Fanlo es minombre de casada
un abrazo desde el verano loco de barcelona

mariana