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Revista Literaria AZUL@RTE

John Jairo JUNIELES

John Jairo JUNIELES

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John Jairo Junieles (Sincé-Sucre, Colombia, 1970) Estudios de Derecho en la Universidad de Cartagena de Indias, y de periodismo en la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano. Ha publicado: Hombres solos en la fila del cine (Novela 2004), El temblor del kamikaze (Cuentos 2003), Papeles para iniciar el fuego (Poesía 1993), Temeré por mí al final de estas líneas (Prosa poética 1996), y Canciones de un barrio en la frontera (Poesía 2002). Ha obtenido el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Alajuela-Costa Rica 2005, Premio Nacional de Literatura Ciudad de Bogotá 2002, la Beca Nacional de Novela del Ministerio de Cultura 2002, el Premio Nacional de Cuento Universidad Metropolitana de Barranquilla 1995, y el Premio Nacional de Cuento Universidad Externado de Colombia 1995. Ha sido periodista del diario El Universal de Cartagena, del Festival Internacional de Cine de Cartagena, y del Observatorio del Caribe Colombiano.En la actualidad es colaborador de Revista Espéculo de la Universidad Complutense de Madrid, del portal literario Letralia.com, y de Revista Noventaynueve de Cartagena.  

E-mail: john.junieles@gmail.com

Blog personal: http://johnjairojunieles.blogspot.com/     

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Un posible Jorge Luis Borges, junto a un Lazarillo, pasea las calles de Cartagena de Indias en 1965

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Todos los espejos donde se mira un hombre son un solo espejo. El mar es sólo una gota que se repite. Conforme a esa fe de unidad, esta calle de Cartagena es la misma que un día caminé cuando joven en un barrio del sur de Buenos Aires, y que mañana mis pasos anudarán a otras calles de Alajuela, de Marrakech, o de Ginebra.

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La reconozco: la íntima y plural, la mágica y sucesiva calle; extraños recodos la unen a otras donde pasa un viento en que laten borrosas sombras: madre y padre, hermosos todavía como una promesa. Calles donde se oyen otra vez queridas voces: Alfonso Reyes, el hombre que me gustaría haber sido.

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Un indicio de esta magia, por la cual todas las calles son una sola, es que recuerdo a todas en esta calle cartagenera que hoy fatigo en mis pasos, y a esta la recordaré otra vez, y volveré a suceder en ella, aunque mi pecho respire mañana la Alhambra de Granada.

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Más allá de la sospecha, sé que hay una estrella que me escribe, y otra que me borra. Las estrellas, bajo cuyo augurio cobraron forma mis pasos, siguen trazando el itinerario. Por algún prodigio me he quedado en todas estas calles, tal vez sólo es nostalgia de mí mismo lo que estoy sintiendo.

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AL SALIR DE LA OFICINA


Cuando parece que ya nada queda en pie,
y uno sale de la oficina, y va con su
cuchara al mediodía, guardando distancia
suficiente para que no salpique
la sangre de la duda.

Y uno va por la calle preguntándose cómo
decir lo invisible, lo que el pensamiento
no puede pensar: el hábito de las nubes
de repetir el universo, las señales secretas
que los romanos buscaron en el vientre
de las aves.

A ninguna conclusión llegamos,
y seguimos caminando,
y nos cosemos las alas en la espalda, y
vamos a los altares donde el mundo
promete sus panes, mientras olvidamos
–menos mal— que el tiempo
labra la impaciente materia
de lo que somos.


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CABALLOS

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Monstruos inocentes del ajedrez,
estrellas perdidas de la constelación.

Carne de viento en el baldío,
olas perdidas de un mar que solloza,
sueños antes de los sueños.

Naufragios de un dios desconocido,
donde el polvo vive su mejor paraíso.

Los miro con asombro, como quien
se mira en un mágico espejo,
y descubre su rostro más antiguo.


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DÉJÀ VU

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Él trabaja en el puerto descargando los barcos que arriban llenos de peces, a veces también los acompaña en la rutina de armar anzuelos e izar las redes.

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Hay instantes, frente al mar, en que no está seguro si está viviendo una vida o intentando recordar otra. Como si sus pies caminaran junto a una equívoca sombra. Entonces, respira hondo varias veces, y se dedica a afilar el cuchillo.

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No sabe que allá, en el fondo de las horas, alguna vez se llamó Miguel de Cervantes.

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EL GUARDIÁN DEL JARDÍN

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«Lejos de tu jardín quema la tarde.»
Antonio Machado

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Detrás de estos muros –le dijeron al joven jardinero hay otras ciudades, y tierras con árboles que borran el cielo, y montañas como manadas de animales oscuros esperando a su pastor.

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El viejo jardinero recuerda el primer pájaro del jardín, cuando el jardín aún no era el jardín, y los colores sólo festejaban la penumbra de sus sueños. Algo sin voz fundaba promesas en la tarde.
Hoy las rosas arden entre álgebras de hojas, los hilos de agua de las fuentes llenan canales donde los mosaicos repiten la urdimbre minuciosa de la Kábala. La hiedra alza su voz desde las paredes, más allá algo apuñala el horizonte, y el día cierra sus alas rotas.

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El jardinero se acuesta sobre la tierra, confundido en su perfume. Inmóvil bajo las estrellas, ha dejado de ser tiempo y máscara, ahora es la respuesta que el polvo preguntaba. Hablan las yerbas entre el silencio de su carne. El viento, esa voz sin sombra, repite lo que el jardinero escuchó en aquella lejana mañana cuando le fue revelado su destino: te quedarás aquí, aunque te vayas, porque ya estabas aquí cuando llegaste.
  

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EL DIOS DE LOS SUEÑOS

Para
Juan Pablo Neyret


Un hombre, trajeado con aseada pobreza, sale de una oficina, toma el autobús de vuelta a casa, y encuentra en su asiento un libro olvidado.

Llega a casa, se quita la camisa, y más con cansancio que con deseo sacia su hambre. Luego abre sin ganas la primera página del libro y empieza a leer las líneas de una lengua que no es la suya, y que sin embargo comprende: No llores, no hagas duelo por mi muerte; hazte flautas y cítaras y arpas. Sobre mi tumba no derrames polvo sino odres de vino añejo y nuevo.

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Lo lee y siente miedo de sí mismo, como un espantapájaros frente a un espejo. Sabe que son sus palabras, también sabe que su nombre no es el de la portada: Selomo Ibn Gabirol, de quien se da noticia como alguien nacido en Málaga, España, en el año 1021. Gloria de las letras del Al-Andaluz.

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Entonces su cobardía encuentra el coraje que necesita su esperanza, abre la ventana y lanza con fuerza el libro hacia la calle. Luego se dirige nervioso hacia su cama. Entre más pronto duerma escaparé de este sueño terrible, piensa, y cierra los ojos.

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Amanece. Qué terrible sueño he tenido. Abre la ventana, busca lápiz y papel, y escribe lo único que recuerda: No llores, no hagas duelo por mi muerte; hazte flautas y cítaras y arpas. Sobre mi tumba no derrames polvo sino odres de vino añejo y nuevo. Selomo Ibn Gabirol lee las líneas, suspira satisfecho, y da gracias al dios de los sueños.



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