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Revista Literaria AZUL@RTE

Viviane MAHIEUX

Viviane MAHIEUX

 

La puntería crítica y el sarcasmo elegante y culto que hicieron de Salvador Novo un personaje trasgresor, insustituible en la conformación de la crónica, tienen su versión femenina en Cube Bonifant, una de las primeras periodistas mexicanas, toda una joven chic de los años veinte, cuya obra ha permanecido injustamente olvidada. Presentamos un ensayo de la investigadora y catedrática de la Universidad de Fordham Viviane Mahieux, que rescata a esta escritora hoy desconocida, y una muestra de su flamígera prosa.

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Cube Bonifant, una flapper en la crónica mexicana 

por Viviane Mahieux 

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El Universal Ilustrado de los novecientos veinte era una revista ecléctica, y así la definía su director, Carlos Noriega Hope, un joven escritor y ávido cinéfilo que se transformaría en un animoso promotor de la modernidad cultural en México. En sus páginas se hablaba de literatura, de cine, de política y de moda. Los ensayos de Ortega y Gasset se codeaban con los anuncios que pregonaban las ventajas de tener una cámara Kodak, de afeitarse con Gilette, de escribir con una máquina Remington, de conducir un Ford. Se iniciaban polémicas, se promovían modas literarias y, más que nada, se dejaban vislumbrar los gustos de esos lectores y consumidores que le darían continuidad a una incipiente industria cultural mexicana. Lanzar una revista de este tipo no era sólo una postura cultural, era una decisión pragmática. El perfil de los lectores mexicanos se diversificaba, y el Ilustrado (como se le conocía familiarmente) intentaba seducir a una amplia gama de consumidores con un mismo formato. El público ideal para esta revista frívola y seria, que se definía orgullosamente como “revista de peluquerías”, era la gente civilizada que —según Salvador Novo, su frecuente colaborador— “se corta el pelo y se asea el calzado”. Esta categoría no sólo incluía a los que practicaban una masculinidad urbana y refinada; las ilustraciones de las portadas ofrecían también nuevas pautas para una feminidad arriesgada. Mujeres de pelo corto y labios de carmín sonreían desde el volante de un enorme automóvil, en traje de baño, o con un cigarro coquetamente en mano. La vida flapper, que hacía estragos en urbes como Nueva York, había llegado a México. Era una actitud, un reto de independencia, un nuevo ideal femenino que entre otras cosas señalaba un claro rechazo a una sexualidad tradicional. Era una lucha de imágenes más que una señal concreta de cambio: mujeres abundaban en las ilustraciones de revistas populares y en las carteleras teatrales, pero pocas escribían con regularidad. Sin embargo, el Ilustrado lanzaría a una de las más prolíficas periodistas mexicanas de principios del siglo XX, cuyos artículos críticos, humorísticos, siempre pertinentes, dieron voz a esta nueva feminidad moderna.  

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Una pequeña marquesa de Sade

En 1921, una joven de diecisiete años inició su carrera periodística con el apoyo de Carlos Noriega Hope. Firmaba como Cube Bonifant y siguió escribiendo durante más de dos décadas, repartiendo centenares de artículos en las páginas de numerosos diarios y revistas de la capital del país. Esta cronista llevó las transgresiones de la feminidad moderna al escenario de la escritura. Su primera columna, “Sólo para mujeres”, fue todo menos eso: “Creo que por el solo hecho de que mi sección se titula ‘sólo para mujeres' la leen los hombres”, afirmó más de una vez. Su afán por provocar la definió desde su crónica inaugural. “Complico todo lo que encuentro”, declaró, presentándose ante sus lectores como una chica “colérica” y “versátil”, con aspecto de “colegiala desaplicada” y un apetito literario que consternaba a sus mayores. Prefería El octavo pecado capital de Álvaro Retana, el decadentista español que incursionó en el cabaret y el jazz, a la recomendada serie Claudina que la escritora francesa Colette firmaba como Willy. Decía haber dejado atrás sus ambiciones poéticas: “¿Versos? No los hago desde que leí los últimos de Alfonsina Storni”, gesto que sugería con falsa modestia un paralelo entre una modelo y una posible discípula literaria. Esta pequeña marquesa de Sade, como alguna vez se denominó, soñaba con deshojar flores y clavar sus uñas en la piel tersa de los niños. Se encontraba muy lejos del ideal de la mujer abnegada. También se apartaría del modelo femenino de responsabilidad cívica que predominaba en esta época posrevolucionaria: el de la educadora, propagado por José Vasconcelos y personificado por Gabriela Mistral. Nuestra joven cronista prefería apartarse de las insinuaciones didácticas, y parecía tener muy poca tolerancia para cualquiera que se tomara muy en serio, como lo muestra una crónica de octubre de 1921 sobre una asamblea feminista, donde encontró “muchas mujeres feas y casi ancianas, cursis y solemnes” cuyos discursos interminables no lograron entusiasmarla. Bonifant era una chica moderna que se identificaba firmemente con la cultura metropolitana. Se aburría lejos de la ciudad de México, pues fuera de la capital no llegaban los periódicos, no había cines ni novedades culturales. Quizás este rechazo a la vida provinciana se debiera a la experiencia de su propia infancia en Sinaloa, un estado que describiría socarronamente como “desprestigiado por estar cerca de Sonora”, que su familia dejó para mudarse a la capital durante la Revolución. Era muy intolerante con los ritos sociales de la burguesía y desde su postura de enfant terrible criticó tanto a las convenciones sociales como a los (y las) rebeldes cuyas transgresiones eran dictadas por la moda. Su afición a la provocación y la frivolidad como posturas críticas aparecen claramente en las entrevistas que le confiaron, entre las que destaca su encuentro con María Tapia de Obregón, entonces primera dama de México, en mayo de 1921. Al retratar a la “noble dama de la también noble Sonora”, Bonifant se sorprende ante su propia actitud respetuosa: “Hoy aparece en mí otra persona a quien no conocía”, pero luego esquiva esta formalidad: “Soy toda una verdad compuesta de muchas mentiras”. Sólo a la salida se arrepiente de no haber pedido uno de los “maravillosos claveles que se deshojan, enfermos de perfume” a la entrada de la casa.  

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Un término medio entre los toros y la ópera

Durante su primer año, los artículos de Cube Bonifant trataron una variedad de temas: futbol, corridas de toros, cine, moda; pero el énfasis recurrente era ella misma. Con humor mordaz, utilizaba sus textos como plataforma para construir su propio personaje, insertando sus preocupaciones calculadamente mundanas en la esfera pública. Cultivaba una imagen polifacética, contradictoria. Deambulaba por diversos registros culturales. Iba a la ópera, pero también gustaba del espectáculo popular y sanguíneo de las corridas de toros. Conocía las normas que regían el buen gusto literario, pero se complacía en no seguirlas. La crónica, género amorfo, fue su instrumento y su escenario: le permitió dialogar desde fuera con las normas culturales, juntar la industria periodística (que le había abierto un espacio de escritura) con las ambiciones literarias (que permanecerían incumplidas). Bonifant, como el mismo género que practicaba, carecía de un lugar fijo en las letras mexicanas. Si bien su reticencia a definirse le permitía renovarse y reinsertarse continuamente en el mercado cultural, también mostraba la ausencia de modelos para una mujer que pertenecía a esa clase media de escritores profesionales que trataban de ganarse la vida en los periódicos. La trayectoria temprana de Bonifant en la crónica comprueba su omnipresencia en la prensa capitalina durante los novecientos veinte. De su primera columna “Sólo para mujeres” en el Ilustrado, pasó al diario El Mundo, dirigido por Martín Luis Guzmán, donde se hizo cargo de la columna “Sólo para ustedes” entre 1922 y 1923. Después de unos meses, quizá para hacer más evidente la orientación “femenina” de la comuna, cambió su título por el de “Sólo para vosotras”. En 1924, Bonifant volvió al Ilustrado con una nueva columna: “Confetti”, popurrí de chistes que comentaban tanto las últimas noticias internacionales como los recientes crímenes en la capital mexicana. En julio de 1924, por ejemplo, escribió: El gendarme número 192 recogió del tranvía de San Ángel número 851, cuatro dedos, que viajaban solos. La policía ha tenido el descaro de sospechar que se trata de un crimen, cuando lo más lógico es que se trate de un simple olvido. A partir de 1926, publicó semanalmente su columna “Un día” en el diario El Universal. Compartía las páginas editoriales con la columna de José Juan Tablada, “Nueva York día y noche”, y con las frecuentes colaboraciones de José Vasconcelos, Artemio de Valle-Arizpe, Federico Gamboa y el ya citado Guzmán. Mientras tanto, su columna en el Ilustrado cambió de nombre: “Confidencias femeninas”, primero, y más adelante “Indiscreciones femeninas”. En los novecientos veinte también colaboró en el periódico El Demócrata y en el semanario Revista de Revistas. El gran volumen de crónicas publicadas por Bonifant confirma su prestigio como periodista, pero los frecuentes cambios en el formato y la localización de sus columnas son quizá síntomas de una inquietud mayor: ¿dónde ubicar a una mujer cronista tan prolífica y tan hábil en esquivar los límites que imponía la nota “femenina”?  

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Monsieur y El Hogar

Cuando Cube Bonifant empezó a escribir, México se encontraba en un momento de redefinición nacional y cultural, un proceso que, a mediados de los novecientos veinte, desencadenó los debates en torno al “afeminamiento” de la literatura nacional. Textos con preocupaciones nacionalistas eran alabados como robustos y viriles, como lo fue la novela de Mariano Azuela, Los de abajo, mientras que obras con influencias extranjeras y preocupaciones estéticas eran consideradas débiles y afeminadas. Este debate daba por sentado que lo que estaba en pugna era el tipo de masculinidad que debía asumir la intelectualidad mexicana: la idea de una intelectualidad femenina ni siquiera se consideraba. En enero de 1925, el Ilustrado lanzó una encuesta llamada “¿Existe una literatura mexicana moderna?”. Salvador Novo, entrevistado junto a otros intelectuales, burlonamente definió la literatura mexicana como “una muchacha fresca y viril”, reemplazando la definición irrevocable que se le pedía con una ambigüedad voluntariosa. Sería también jugando con los límites de género que Novo optaría por la crónica, que ata la frescura de la cultura comercial con el vigor de la tradición literaria, para consolidar su figura pública como intelectual. En mayo de 1924, casi un año antes de esta declaración, ahora tan citada de Novo, había aparecido en la misma revista otra encuesta, mucho menos seria. Se trataba de “¿Cuál género de revista prefiere usted?”, un artículo firmado por Aldebarán (seudónimo del periodista Gregorio Ortega), en el cual se entrevista a una serie de mujeres conocidas para indagar sobre sus preferencias periodísticas. Bonifant figuró prominentemente. Cube Bonifant tiene un prestigio envidiable”, comentó el cronista. “Es una mujer que piensa y que tiene la disciplina de la lógica experimental. Dice siempre la verdad, ataviada por una elemental discreción de mujer, con las sedas brillantes de la metáfora. Pero a veces es irónica y cruel y se divierte jugando con las falsas glorias de los consagrados, de los inaccesibles... ‘Me agradan dos revistas, o mejor dicho, leo dos —comenta la inteligente escritora tapatía— Monsieur y El Hogar . El Hogar porque es una revista exclusivamente para mujeres, y Monsieur porque es únicamente para hombres'. En un rincón del hall, Cube tenía las últimas revistas de México y periódicos franceses. Ahora sus pupilas no ven el panorama indefinible, porque se ahondan en la sabiduría”. Lo más notable aquí es la forma en que Bonifant a la vez rompe y cumple con parámetros de género, sigue las normas y las transgrede, encarnando la muchacha fresca y viril que Novo describiría unos meses después. Hasta en su propio seudónimo, Cube (su verdadero nombre era Antonia), esta cronista combinaría los ángulos filosos de lo moderno con una ambigüedad andrógina. Semanalmente, Bonifant pulía su figura pública, poniendo en práctica este reto de juntar Monsieur y El Hogar . Con su voz resbaladiza, parecía escribir a la vez para y contra las mujeres, minando la supuesta complicidad entre cronista y lectoras que suponía una columna para mujeres. Afirmaba la particularidad de lo femenino, pero ostentaba su habilidad de incluirse en lo masculino. Fumaba, tenía el pelo corto, salía a bares, escuchaba jazz, pero criticaba la “flapperización” de las mujeres cuya rebeldía se debía a la moda, distanciándose de su género para reproducir la trillada imagen de la mujer como consumidora cultural pasiva, el “lector hembra” al que aludiría Julio Cortázar en Rayuela, unos cuarenta años después. Las provocaciones de Bonifant y de Novo son notablemente similares, en particular en esta época en la que cualquier transgresión de género era también un cuestionamiento de las normas culturales. Cada uno lograría transformar los ataques que recibían (Novo por su homosexualidad; Bonifant por ser mujer y a la vez por no serlo lo suficiente) en una pose, en un desafío a los límites que les eran impuestos en la escritura y en la identidad. Pero mientras Novo lograría, desde la crónica, insertarse en el marco de lo literario, Bonifant nunca llegaría a introducirse en esta esfera. Permanecería apartada del pequeño club de la intelectualidad mexicana, consolidando su voz exclusivamente desde el periodismo.  

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Cubismo

Si bien las provocaciones de Cube Bonifant tuvieron repercusiones limitadas en el mundo literario (no llegó a ser invitada al Café de Nadie de la vanguardia mexicana, aunque sí frecuentó el Sanborns), no cabe duda que su pose incomodó a más de uno. La misma descripción, supuestamente elogiosa que hace Aldebarán de Bonifant en su artículo merece una segunda mirada. Nuestra cronista, según él, combina lo insólito, “la disciplina de la lógica experimental”, con un talento literario meramente decorativo, “las sedas brillantes de la metáfora”. Lo único que logra la sabiduría de Bonifant es abstraerla de la realidad: “Sus pupilas no ven el panorama indefinible”. No es aguda sino ausente. En 1925, el estridentista Arqueles Vela compartía con Bonifant una página del Ilustrado , titulada “Nuestras crónicas”. El 19 de febrero, desde su columna “Comentarios frívolos”, Vela le dedicó un artículo a su vecina, con la frase: “A Cube Bonifant, para que lea una de mis crónicas, ésta tan llena de feminidad”. Este texto de Vela, sobre las mujeres que usan lentes, sostiene que el monóculo permite coquetear con menos peligro ya que es el “parabrisas del flirt”. Pero lejos de flirtear con su compañera en la crónica, la dedicatoria de este escritor, quien antes había meditado sobre “El arte de lucir las pantorrillas”, no oculta la agresividad de su tono. La lección de feminidad que Vela le ofrece a Bonifant es una forma de ponerla en su lugar, de trazar una barrera defensiva entre dos terrenos periodísticos. Sin duda, también confirma la incomodidad de este estridentista al verse partícipe de una práctica tan poco viril como lo era la crónica de modas. Sin embargo, el ataque más vehemente que recibió Bonifant en sus primeros años de cronista no vino del campo de las letras. Desde las páginas de Excélsior, el caricaturista Ernesto “El Chango” García Cabral le lanzó una inusitada serie de ataques a finales de abril 1923. En una primera imagen, del 20 de abril, vemos a una pareja sentada tomada de la mano. “Dime Cubita, ¿soy el primer hombre que te ha besado?”, pregunta él. “Te lo juraría... ¿pero por qué me preguntarán todos lo mismo?”, responde ella. El 24 de abril, son dos chicas modernas de rizos recortados las que dialogan. Una de ellas, sentada en un sofá, tiene a la mano papel y pluma. Comenta: “¡Caray!... me he dedicado al arte de la poesía, al de la comedia y al del cine... ¡En todo he fracasado!...”. Contesta su amiga: “No desesperes, Cubetita, te queda el arte culinario”. La última misiva fue la del 25 de abril. Aquí tenemos a dos hombres de espalda, parados frente a un lienzo sin terminar. Uno de ellos, con pincel en mano, es visiblemente el pintor. El otro, que por su atuendo y bastón parece recién llegado de la calle, le pregunta: “¿Conque se ha dedicado usted al cubismo, mi querido artista?”. Éste le responde: “No, Zamorita, en México, el único que ha tenido la desgracia de dedicarse al cubismo es usted...”. En esta última imagen, Cabral incluye en su descarga a Francisco Zamora, el periodista y economista nicaragüense que sería el compañero de Bonifant tanto en las páginas del Ilustrado como en la vida (su matrimonio duró hasta la muerte de éste en 1985). ¿Qué habrá hecho nuestra cronista para merecer semejante animosidad? No se sabe, pero es improbable que su respuesta del 26 de abril en su columna de El Mundo haya mejorado la situación. “No se trata exactamente de una riña entre un hombre y una mujer”, afirma Bonifant, “puesto que el señor García puede muy bien ser conceptuado como una dama un poco histérica”.  

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Luz Alba

Las caricaturas de Ernesto García Cabral sí le habían atinado a una verdad algo dolorosa: la incursión decepcionante de Cube Bonifant en el cine. En 1921, mismo año en que inauguró su primera columna en el Ilustrado, la cronista participó en un ambicioso proyecto de Carlos Noriega Hope: La gran noticia, una película en la que tuvo el papel estelar, y en la cual también actuaron otros periodistas y críticos de cine de la misma revista, como Hipólito Seijas y Marco Aurelio Galindo. Era el primer intento de hacer una cinta sobre el periodismo mexicano, lo que muestra hasta qué grado se incluyó en un principio a Bonifant en el elenco de un grupo periodístico. Pero la experiencia cinematográfica desanimó a sus participantes. En 1923, Noriega Hope escribió un artículo cuyo título lo dice todo: “Indiscreciones de un pésimo director”. Bonifant también constató que la actuación no era para ella. “No vale la pena levantarse a las cinco de la mañana para fingir unas cuantas escenas estudiadas”, escribió; “no vale la pena echarse a perder el cutis con el make-up”. Sin que ella lo supiera, este primer roce con el cine era un augurio del giro que tomaría su carrera de cronista a fines de 1926. Ese año, Bonifant empezó a compartir la página femenina del Ilustrado con una nueva colaboradora, Luz Alba, cuyas crónicas se orientaron pronto hacia la crítica cinematográfica con la columna “Opiniones de una cineasta de buena fe”. Se trataba de nuestra misma cronista, estrenando un seudónimo que la acompañaría durante varias décadas. Esta nueva identidad no impidió que también siguiera con su firma inicial, y con frecuencia sus dos alias ocuparon la página de mujeres del Ilustrado. Como Cube Bonifant, seguía satirizando las costumbres de los mexicanos, hombres y mujeres por igual. Como Luz Alba, criticaba rigurosamente el cine nacional, aunque reservara sus comentarios más despiadados para Hollywood. Con excepción de pequeñas partes en cintas como Santa (1931) y La Perla (1945), Bonifant no volvió a participar creativamente en el cine. Pero el cine le había dado un segundo impulso a su carrera de cronista, y como crítica obtuvo el reconocimiento que siempre le regatearon en el campo de la literatura. Bajo la firma de Luz Alba se ganó un respeto envidiable reseñando cuanta película se estrenó en México hasta el final de los novecientos treinta. Quizá porque el cine aún era visto como una expresión cultural menor, con un amplio publico femenino, aquí no se enfrentó a la misma resistencia que había encontrado antes en las letras. A partir de los novecientos cuarenta, la visibilidad de Bonifant en la prensa capitalina decaería. Salvo varias incursiones en la dirección teatral, notablemente para colaborar con el director japonés Seki Sano, se vuelve difícil seguirle el rastro hasta su muerte en 1993, a la edad de 89 años. Sólo sus huellas esparcidas en las páginas efímeras de los periódicos, nos permiten trazar la vida de esta incomparable cronista.

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Mahieux. Investigadora y ensayista. Catedrática de la Universidad de Fordham. Especialista en crónica urbana latinoamericana de principios del siglo XX.   

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La victoria pedestre

por CUBE BONIFANT

Aseguro a ustedes que es muy divertido ver a los chicos disputarse el triunfo con los pies.

Hace mucho, mucho tiempo —casi dos semanas— quería contarlo a ustedes; pero mi pobre amiga Antonieta estaba enferma, no podía yo abandonarla y, además, tenía el espíritu lleno de visiones lánguidas y borrosas, como los paisajes que se retratan en los cristales empañados por la lluvia.

Por fortuna, ha mejorado. Yo no creo que sea una gran fortuna, y ya estoy de nuevo frente a ustedes, pálida porque tomo mucho limón con sal, y ojerosa, porque pienso mucho en los amores de los sabios y las salamandras. Ustedes me escucharán, y murmurarán lo de siempre:

—Es una chica excesivamente ególatra.

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Pero ¿decía que era muy divertido ver a los chicos disputarse la victoria con los pies? Ustedes, que son modernas, gustarán de los deportes. Irán al campo del Club España para sentir las voluptuosidades violentas de la inquietud.

Una amiga mía, que callada parece una inglesita de Sargent, me llevó aquel día.

—¿Pero qué vamos a ver? —pregunté curiosa.

—A los chicos de Guadalajara, que sin duda van a triunfar. Ya verás qué bien juegan.

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Me regocijé un poco. “Va a estar divertido”, pensé. Encontré, inquietos por la hora, a una cantidad excesiva de caballeros olorosos a brillantina, y de señoras cubiertas de colorete. Tal se me figuró al menos.

—Oye —dije a mi compañera—, parece que toda esta gente sólo se baña y se cambia de ropa los domingos. Sin duda alguna en nuestros tiempos el aseo es hijo solamente de los días de fiesta.

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Un poco preocupada —porque allí los caballeros fuman y no se quitan el sombrero ni para saludar a las damas— comencé a ver sin entender.

—¡Oh! El juego está muy limpio —exclamó mi compañera.

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Pero por más que averigüé, no encontré yo la limpieza a que aludía mi amiga.

Un grupo de jóvenes, llenos de entusiasmo y sabiduría pedestres, gritaban en cada momento y se agitaban en sus asientos.

—¡Por Dios!, si parece que se van a deshacer —pensaba; y me complacía con la evocación más grata para mí, de las corridas de toros.

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Si ustedes hubieran ido, habrían observado cómo los roji-negros tapatíos luchaban contra la rápida astucia de un portero, que según Don Facundo, es de lo mejor.

Mi compañera, llena de patriotismo (es tapatía), elogiaba sin discreción; y dos chicas, cercanas a mí, se hacían confidencias tímidas.

—Mira qué bien patea Lico Cortina; a mí me gustaría ser su novia.

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Y la otra, pálida y emocionada:

—A mí me gusta más aquel joven rubio, que se parece al protagonista de Marta y María.

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Me asombré de que estas chicas tan eruditas supieran comparar tan mal, porque, ¡oh niñas mías!, yo también he leído Marta y María.

Y me di a pensar en el joven rubio. Estaría bien que no sólo supiera hablar de cómo se hace un goal; de las brillantes combinaciones que se necesitan para conseguir un corner; de cómo se avanza para realizar un chut. Que no supiera schimear, porque eso es alarmante para las chicas maliciosas como yo; y que supiera un poco declamar buenos versos, aunque no para que lo hiciera siempre, porque es muy latoso; en fin, ¡que no tuviera el talento solamente en los pies!

Miré a las chicas, que sin despegar los ojos del campo se daban polvos, y pregunté a mi amiga, sin fijarme ya en el joven rubio.

—Oye, ¿y si estos muchachos pierden?

—Todo sería posible, pero… Mira ahora; fíjate en Verea, que a pesar de estar enfermo y de no poder jugar, provoca expectación cuando coge la bola.

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Busqué a la señora expectación, y a decir verdad la encontré en todos los rostros.

Esta gente —pensé— prefiere venir al foot-ball que hacer cualquier cosa menos pedestre.

Volví a hablar a mi compañera.

—Oye, pero ¿si estos chicos ganan?

—Todo es posible. ¡Oh! Si triunfan, las chicas de Guadalajara les darán un baile que resultará brillantísimo.

—¿Cómo no? —respondí imaginando tanta brillantez—. Ese día se pondrán de soirée y se pulirán las uñas. Habrá pláticas menos insubstanciales y sonrisas más estudiadas. Se harán elogios de las astucias pedestres, y comentarios sobre los fracasos enemigos. Las novias tímidas y románticas dirán, entornando los ojos:

—Si hubieras perdido, te querría más. Porque es bello consolar al caído.

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Y las otras, menos cursimente espirituales:

—Te han hecho elogios en la prensa. ¡Te quiero más que nunca!

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Pero los chicos tapatíos empataron el juego. Los muchachos del Veracruz se cansaron y no aceptaron seguir... ¡Sus pobres extremidades inferiores estaban deshechas!

Les dio fiebre.

Yo, que al terminar el juego había acabado por entender, dije a mi compañera, llena de entusiasmo:

—Triunfó el Atlas… ¡Siento que la inteligencia se me va a los pies!  

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De la columna “Sólo para mujeres”, 15 de septiembre de 1921.

El Universal.mx.xom/Confabulario – Nov.2006

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1 comentario

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