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Revista Literaria AZUL@RTE

Nicolás HIDROGO NAVARRO/CONGLOMERADO CULTURAL

Nicolás HIDROGO NAVARRO/CONGLOMERADO CULTURAL

 

EL COMENTARIO CRÍTICO 

POETAS O LOS ESPÍRITUS ATORMENTADOS

Por Nicolás Hidrogo Navarro   @: hacedor1968@hotmail.com  

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La condición de poeta se gana, se perfila, se construye verso a verso, locura a locura, decepción a  decepción, en soledad y angustia existencial. Dirías que la suma de las adversidades es lo que hace que se amalgame y se cueza un poeta. Que un poema no cuaje ni se celebre la primera vez; que un renuente colega de la generación anterior te diga que como poeta eres buen cocinero; que un libro demore diez o más años para salir; que vendas sólo un ejemplar el mismo día de la presentación; que encuentres sólo incomprensiones entre los críticos; que la prensa no te dedique ni un centímetro cuadrado al día siguiente de tu primera parición literaria; que al día siguiente de la noche en que te hicieron sentir dios, los perversos y falsos aplausos, sientas ser un pobre diablo que camina muy temprano por las calles de tu ciudad y nadie te reconozca; que tu musa inspiradora ni siquiera se dé por enterada que escribes en nombre de ella, todo eso, todo, todo, es la suma indicadora que algo va bien para ti, poeta. Al poeta no le puede ir bien, pues eso sería su fatalidad y acabose; debe irte mal en todo: amor, dinero, salud, comida, familia; siempre te debe faltar todo o casi todo, porque cuando lo tengas en demasía ese día debe empezar a apagarse tu inspiración y el torrente tórrido de tus versos se trocarán en témpanos de hielo. 

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En esta atmósfera de fatalismo, de sinos antagónicos, se macera un poeta, a la sombra aciaga de los infortunios, donde cada guadañazo le rasga el alma y le arrebata un poema tristísimo o una rapsodia de amor fatal. Es que los mejores poemas han salido sin pujos, ni rompederos de cabezas, ni diccionarios, ni bibliotecas inspiradoras, ni borroneados anagrámicos, han brotado raudos después de la millonésima reiterada frustración, después de darte cuenta que eres un pobre insecto que a nadie importa nada; después de comprobarse que eres un mísero mendigo de amor, dinero, comida, trabajo y una reclamada atención a tu oficio, al vecino de enfrente o a la vecina del costado, que de seguro no sabe que escribes. 

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Dices en tus poemas sentir/dar amor; pero sólo recibes indiferencia y decepción de tu invisible, platónic@ amad@ y nunca por ti tocad@; te esfuerzas en cantar la belleza aurífera de la mañana, y sólo te refugias en la penumbra triste de la noche; construyes edificios líricos de cristal y sólo vives en un cuchitril desolado; demuestras riqueza lexical y sólo posees bolsillo vacíos que bailan una tristeza tropical. Tus poemas huelen a campanas multicolores; pero tus días son noches y tus noches pesadillas y tus pesadillas tragedias griegas de nunca acabar; dices ser erótico y sensual, pero sólo eres un reprimido que alcanzas el orgasmo sexual en soledad y con ausencia de todos. 

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Todos los adjetivos briosos que viertes en tus versos retornan en un negativo bumerang y si dices belleza eres esperpento; laboriosidad, eres el ocio perfecto; ternura, eres defección; felicidad, eres amargura; amar, eres llanto triste; muchedumbre, eres soledad en la esquina baldía con tu pucho y tu dolor arrastrando. 

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Poeta del silencio y del cuarto vacío, poeta de los intentos y fracasos, poeta de la melancolía y de las causas perdidas, poeta de la frustración, poeta de la hoguera, poeta de la tristeza, poeta de la soledad y de la angustia, poeta de la rebeldía y de la nada, así quizá debas de epitafiarte, poeta, poeta, poeta, piedra rodante que saliste del anonimato por las palabras y sólo heredaste ellas y serás recordado por ellas.  

Lambayeque, octubre 16 de 2006        

Nicolás Hidrogo Navarro

Coordinador General Conglomerado Cultural –Lambayeque-Perú   

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COMENTARIOS DE LOS TEXTOS LEÌDOS 

A) Alex Miguel Castillo (Gen. 2000) 

La prosa de Castillo es sosegadamente trágica, melancólica y de diálogos. Conjuga el espacio físico exterior, natural, con el espacio emocional del hombre, su destino y su adiós. En “Hasta el fin” se cuece una historia con trágico rumor, con un declive que va acompañando del detrimento de la salud con el suave evocar de los momentos felices. Hay una devoción por el acaso y una clara redención del que en vida quiso hacer todo y a la hora nona todo queda olvidado. La muerte, el olvido y el arrepentir, fusionan en este cuento un melodrama que nos recuerda a la vida misma. Cierto fatalismo existencial ronda el escenario literario del cuento y hace más tenebroso el drama de al dicotomía vida/muerte, del que todos nos corremos y más cerca de nosotros está.   

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B)  Nicolás Hidrogo Navarro (Gen. 90) 

En “Morir en Puerto Tamboropa” se fusiona el recuerdo melancólico de una realidad contrastada antes  34 años después. Una gran pictografismo descriptivo presentan a los personajes casi fantasmales de una ciudad que junto a sus habitantes ofrecen feroz resistencia contra el tiempo, el olvido y la propia muerte. Tamborapa es descrita como una paria náufraga en la que bulle un enrarecido ambiente de monotonía, abandono y soledad. En él caben los recuerdos y los olvidos, el rito suicida y el amor a la añoranza y el pueblo se enerva chúcaramente como una selva virgen que no alcanzó a civilizarse y no disfrutó del desarrollo de los pueblos vecinos. Se entremezcla en una sutil denuncia social y un viejo sentimiento humano al regresar al lugar añorado. En el cuento se fusiona técnicas narrativas usadas con la intención de crear atmósferas subterfugios y hacer que la propia realidad supere la ficción.   

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COMENTARIO  DEL LIBRO 

“LIMA O EL LARGO CAMINO DE LA DESESPERACIÓN”

Por: Nicolás Hidrogo 

Carlos Oliva es un poeta gris de mirada y actuar torvo, de verso firme y pintura negra. Por su obra, representa y sintetiza al poeta marginal y la poesía rimbaudina de los acobardados y amariconados años 90.  

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En un país sudamericano, descompuesto políticamente, y, anómico socialmente; de una Lima, putrefacta, atiborrada de bares, pintas, botaderos, moscas y fumaderos, trocaderos y combis piratas, es obvio que un toreador tozudo –como lo fue él´- debió plantarle el banderillazo de su estigma final, enumerando todos sus vicios y problemas epocales. 

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Oliva, se configura como un poeta urbano, de snobismo estrófico y de experimentalista estilo, que construye a través de sus poemas, cuadros mal olientes del seudodesarrollo. Adormilados e incapaces de encender el grito en la hoguera, la gente literaria de los 90, se refugió en la autodestrucción y en el rito permanente de llamar la atención con escandalosas actitudes; un malditismo casi tan benigno como insultarse asimismo, porque no puede hacerlo hacia los demás.         

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En Lima o el largo camino de la desesperación fluyen las aguas servidas para mezclarse con la luz del fácil lupanar de la esquina. El poder visual de los poemas radica en la alucinada vida de su autor, desparatarrada, irreverente, rebelde, donde se conjugan todos los vicios personales y colectivos, sumados a su carácter de impotencia y evasión. Carlos Oliva, tiene la peregrina virtud de lanzar alaridos poéticos con un desenfado muy propio de los guerreros que van a la guerra sabiendo que no regresarán más, pero que, por su actos, vuelven cada día entre su gente a estar.         

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Quizá la vida de Carlos Oliva no sea de aceptación pedagógica –díscola, subvertida, soliviantada, licenciosa-; pero, su poesía representa una crónica a tajo abierto de los 90 –diría un grafitti o un brochazo radicaloide en una polvorienta pared de la universidad de la vida-, que delinea perfectamente la idiosincrasia y la continuidad de poeta y poesía transgresora. En un país y época de los grandes desencantos, en una sociedad en permanente putrefacción social-educativa y urbanística, es lógico que Oliva no le iba a cantar a las florecillas y pajarillos multicolores inexistentes en la Vía Expresa, en una ciudad del smock, bullicio, orín,  vértigo, basurales, lumpen, pirañitas y la pandilla: él fue su cantor enunciador y –garcilasamente- su noble cronista urbano.  

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BASE: CUENTOS COMENTADOS

TEXTO Nº 01

De «LAS NOCHES DE MI ALBA» de Alex Miguel Castillo 

Hasta el fin

El cielo estaba nublado, era una noche triste, el reloj de la iglesia daba nueve campanadas; a esta hora sólo algunas personas paseaban por las calles principales de Muchán. A dos cuadras y media de la placita, se ubicaba una casa construida con ladrillo. Éste era el hogar de don Juan, amable anciano de cincuenta años; hace días que estaba muy enfermo. Esta noche se encontraba solo en su cama abrigado con una frazada, muchos recuerdos venían a su mente, recuerdos de sus años mozos, recuerdos que le traen alegría y nostalgia.  

-¿hay alguien en casa? – se oye una voz de mujer llamando a la puerta 

-adelante está sin cerrojo – se oyen los pasos acercándose al cuarto del viejo 

-hola Juan ¿cómo te sientes? 

-¿María? ¿María Luz? ¿En verdad eres tú? 

-sí Juan, he venido a verte 

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María Luz había sido la novia del viejo hace muchos años, siempre paseaban juntos por las calles de Muchán. Era tan común verlos juntos que parecían tórtolos enamorados en medio de la plaza. 

Pero cierto día, Juan se embriagó en compañía de unos amigos como nunca antes lo había hecho y como producto de la borrachera entró en una casa que no era la suya he hizo destrozos. A consecuencia de esto lo detuvieron y obligaron a prestar servicio militar. Después de dos años de servicio en la sierra Juan regresó a Muchán; pero una gran decepción apagó su alegría: María Luz, la mujer que amaba, se había comprometido hace tres meses y había dejado el pueblo.  

Ahora ella estaba ahí, se había enterado por medio de una prima sobre la enfermedad de Juan.  

-bueno pues ya me ves aquí estoy – dijo Juan – bebiendo de a pocos el trago amargo de la muerte…pero no tengo miedo, al contrario, por fin saldré de esta soledad. 

El viejo no había vuelto a enamorarse y nunca se casó; en su corazón sólo existía el recuerdo de María Luz. 

-no digas eso, tú siempre has sido fuerte; te recuperarás 

-¿y para qué? Si hace ya muchos años que perdí las ganas de vivir, desde tu ausencia – dijo el viejo. 

-creo que será mejor que me vaya 

-¡no! por favor no te vayas, disculpa si te incomodo con mis palabras…pero dime tú ¿acaso nunca volviste a pensar en mí? 

-claro que sí, yo nunca te olvidé, pero no quiero hablar de eso. Ahora debo irme – dijo María Luz.  

Dos lágrimas bajaron por las mejillas del viejo y en ese preciso momento un fuerte dolor le oprimió el pecho. 

-¿qué te sucede Juan? – preguntó María Luz desesperada 

-no es nada, no es nada; pero quédate, quédate por favor mi amor; si voy a morir quiero tenerte en mis ojos, con tu calor a mi lado 

María Luz al escuchar esto, cogió de las manos a Juan y lloró; lloró también. 

-siempre fuiste mi chiquita linda, te llevaré en mi corazón a donde vaya – María Luz lo abrazó y después de darle un beso en los labios; Juan murió.  

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TEXTO Nº 02

«MORIR EN PUERTO TAMBORAPA» de/y por Nicolás Hidrogo Navarro  

El Chinchipe esta mañana se ha desbordado hasta el pescuezo del pueblo de Tamborapa, aruñándole sus desdentadas estructuras solariegas y arrastrándole como a párvulo unas treinta y tres brazas en zig-zag río abajo. El agua achocolatada y aterida, embravecida, casi humana y sádica, llegó hasta el centenario árbol de la única calle triste, enana y silenciada por el olvido del tiempo. Dos niños náufragos y solitarios, ensimismados y enmudecidos, inermes de todo temor, inconscientes de su realidad, juegan haciendo puntería con una cerbatana chipiba, sobre el añoso tronco de la única, diminuta  placita solitaria y triste de la selva peruana.

Se mire desde lo alto del cerro de los Cartagena o desde la banda de los Chamaya, la impresión que el Chinchipe se ha atragantado con medio pueblo es evidente, pero eso no lo saben ellos, ni se han dado cuenta desde hace tres décadas en que la pista llegó, impredecible como las lluvias matutinas, y se creyó que todo cambiaría. Ni Radio Marañón ni Radioprogramas ni emisora ni señal alguna se asoma al éter tamborapeño: la presencia aurífera de las aguas, anula toda recepción por el espectro electromagnético.

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Tamborapa es una isla  paria y errante en medio de la selva, pero conectada umbilicalmente por una pista y civilización alrededor. Cuando se mata una vaca su carne disecada abastece al pueblo durante un año. La gente consume el tiempo mirando los carros fugaces y veloces pasar, las olas del río y ver salir uno a uno los ciento un  cocos que produce la única cocotera a ochocientos kilómetros a  la redonda. La única bodega que existe es la de la octogenaria Doña Rosita Chamaya, alojada tercamente en medio del cerro, abastecida de dos tongos de chancaca, una cabeza rala de guineo, dos paquetes de sal yodada, cuatro kilos de manteca de marrano viejo media fanega de café tostado, dos bollos colorinches de lana de ovejo merino y temerariamente aún se ofertan dos botellas de gaseosa Pepsi de 1976.

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Tamborapa no tiene aeropuerto, ni supermercados, ni peluquerías, ni pollerías, ni municipalidad, ni televisión, teléfono, ni correo donde depositar o recibir una carta,  librería, escuelas,  energía eléctrica, radio o libro alguno, sólo un río gruñón, un puente caduco, una cocotera barbada, una ruinosa iglesia sin párroco desde hace una década en que el agua se lo llevó con todo hábito, cruz y Biblia y gente,  gente que vive sonámbula y extraviada en el tiempo. El único diario que llegó por última vez hace treinta y siete años atrás, fue por puro accidente de un pasajero distraído que iba a San Ignacio: sólo allí se dieron cuenta que la civilización existía y que Tamborapa era más que su río, su cerro, su puente y su placita.

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Allí el tiempo ha soltado su ancla ciclópea, herrumbrosa y hasta las mismas piedras, papeles, residuos de plátano, no se han movido durante más de treinta y siete años seguidos, siguen inermes, ¡cloc-cloc!, pasa rauda y asustadiza una gallina colorada hasta de los huesos, que debe ser casi vigesenaria por lo oxidado de sus alas y el color destronchado de sus plumas, pico mocho, cabeza rapada: debe haber soportado las descargas de lluvias de mayo a julio de más de trece primaveras, estoica, impertérrita. Siete casas antiguas, las primeras de ese pueblo casual, de adobe gigante, se resisten a caer de cuajo por el tiempo: la iglesia no soportó los embates de la ventisca vespertina de casi cien años sin parar y se vino abajo como mazamorra recién esta mañana, justo ante mis narices de capturador de nostalgias, reminiscencias y melancolías.

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La plaza es rectángula, polvorienta, famélica y da la vuelta en L para perderse en el infinito aserpentado de la carrera a San Ignacio. Dos asbestos más vetustos que el propio pueblo, la sostienen con sus infinitas e intrincadas raíces para no dejarse mordisquear corriente abajo. Dos pavos huérfanos de infinita tristeza rascan por millonésima vez y ciernen el polvo de la plaza buscando algo de comida.

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De Norte a Sur se ve una plaza desnuda de ochenta y dos pasos, silente con siete casas solariegas pendientes de un hilo, dos árboles coposos donde dormitan las ardillas, hurones, moscardones y un sinfín de insectos rastreros, una bajada accidentada conecta y proyecta al río saturado de chopes, cadillos, pajarobobos, caña brava y tunas espinosas. A un costado, de la única esquina triangular del pueblo, una miríada de moscas famélicas, apenas se sostienen en vuelo, revolotean emocionadas ante un grillo agónico que se ha quedado muerto en su sueño.

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De Sur a Norte un cocotero centenario y barbudo, probablemente caiga esta misma tarde, se balancea achacosamente, lanza alaridos silenciosos. Hay un casi acostumbrado retumbar de hojas que hace que las tripas crujan como en una batalla de serpientes. Un viento caliente empuja a esta hora de la tarde los pensamientos hacia el barranco del azar que hace crispar las puertas de la mente.

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De Este a Oeste, se ve un ángulo muerto, dos ramas caídas, techos de calamina oxidada, dos cerdos agringados con piel pulposa y estructura huesuda osan y amantequillan los adobes secos de la fachada azul del pueblo.

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De Oeste a Este, fotográficamente, las casas siguen acochambrándose, doña Jomara, la casi bicentenaria que inició la fundación de Tambopara, camina renga renga juntando leños para el fogón de su cena de esa noche oscura, larga e inmensa, su rostro enjuto revela sus vivaces ojos de vívido gris de juventud: dos lágrimas caen en cámara lenta, ella se quedó varada entre su indiferencia y resignación de abuela regañona.De arriba abajo se ve un jardín en miniatura, microscópico, garabateado de chinescas, abandonado y petrificado con arbustos devorados por una gigantesca anaconda con fauces espumosas: es Tamborapa, aéreamente, una calvicie de selva en medio del barranco de la vida, de la nada, acaso un jardín sin jardinero, acaso una selva fantasmal que no tuvo quien la descubriera.

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A no menos de cincuenta metros se siente el rumrum metálico de las aguas del Chinchipe que acosa día y noche a su viejo puente carcomiendo sus despostilladas estructuras encementadas.Todos los que iniciaron la fatal e ingenua aventura de afincarse en este pueblo han muerto físicamente o espiritualmente, se han quedado petrificados y deambulan sonámbulos, idos, quedos entre el marasmo de la tarde y el polvo atragantador del tiempo.

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Childre, el último y único hijo de los suicidas,  había llegado en un ritual místico, de promesa, a bañarse en las mismas aguas subversivas y cobrizas del Chinchipe, por el famoso oro de los peñascos gigantescos río arriba, setenta y cuatro años atrás donde muriera el dueño de Peluquería Okey y su propio padre. Llegó con Merymey, la pelito corto y nariz aleonada, estudiante de Ingeniería Química de la UNPRG. Tamborapa era para ellos un pueblo fantasma y por su calle fácilmente uno podía andar desnudo en pleno día y nadie se percataría de ello.

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Miraron al río que les hablaba con un tronar de piedras embravecidas y vieron nítidamente la figura del padre y el abuelo muertos allí por pura decisión propia, por puro placer de morir arrastrados por las aguas hasta el mismísimo Amazonas.

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Está atardeciendo lentamente y apagándose el incendio heliográfico y estoy escribiendo atropelladamente estas impresiones y últimas cosas porque más tarde me toca morir, debo cumplir un rito, mi padre murió hace treinta y siete años, en este mismo día, en este mismo lugar y a esta misma hora: es quince de junio, son las cinco y cuarenta y tres de la tarde y a lo lejos se ven los últimos rayos sangrientos del sol tachonando las peñas junto al puente y las piedras amarmoladas del río. Tiento con el pie izquierdo la temperatura fresca y nerviosa, el agua me da sobre el hombro, ingreso con todo ropa, la corriente inteligentemente trepa por entre mis pómulos, las olas mordisquean embravecidas por entre mis orejas, mis pulmones están obturándose de esa agua ferrosa que suele haber aquí en el Chinchipe, siento que el cielo azul se va derritiendo y despintando hasta tornarse en un puño marrón, la corriente tramonta por entre mis sentidos hasta producirme una sorda conmoción somnífera, el peso de mi cuerpo es superior a la gravedad terrestre y a la densidad y bravura de las aguas, tres peñones a la vista, dos más elude mi cuerpo, pero en el tercero mi cráneo recibe un feroz golpe de lucha libre…..el agua cubre mi retina y la invalida, contracciones espasmódicas, río abajo se ven ramas y árboles multicolores que toman feroz huída, dos gallinazos patrullan la zona con sus ojos oblicuos … mi cuerpo laxo…todo es negro y caótico… desoxigenado… quietud, se acaba la lucha…un cuerpo, mi cuerpo va flácido…sube y baja, se atraca entre matorrales ribereños y troncos muertos, marrones, da vuelta de campana, raudamente tramonta al Recodo del Diablo, nadie lo ve en las aguas amarillentas y nocturnas y sigue hasta el infinito… 

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2 comentarios

Ricardo Gil Turrión -

me gustó el uso del termino "pictografismo" sobretodo por el buscador google, al final los artistas leen y ven imágenes en las letras y en las figuras, un saludo

maría rosa rodrigo -

me encantó su artículo sobre el libro en "el libro en la sociedad del conocimiento".
como estudiante de bibliotecología buscaba una definición o un concepto del libro y me encontré con su artículo. realmente encontré muchas definiciones del libro allí pero ninguna me pareció adecuada, no al menos para colocar en un parcial o en un examen, pero realmente llenaron mi alma y mi corazón. gracias por compartirlas con todos.