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Revista Literaria AZUL@RTE

Rafael ROJAS/ María Teresa CÁRDENAS

Rafael ROJAS/ María Teresa CÁRDENAS

   

Entrevista a Rafael ROJAS
Letras vivas de Cuba

Por María Teresa CÁRDENAS  

En "Tumbas sin sosiego", Premio Anagrama 2006, el ensayista revisa el siglo veinte cubano desde el punto de vista de sus intelectuales, insertándolos en la compleja historia que les ha tocado vivir.  

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A Buenos Aires viajó para participar en un Congreso de Intelectuales de América Latina para el siglo XXI. A Chile, en cambio, vino por motivos personales. En ambos países, sin embargo, aterrizó con una excelente carta de presentación: su libro Tumbas sin sosiego (Revolución, disidencia y exilio del intelectual cubano).
Nacido en Santa Clara, en 1965, Rafael Rojas es uno de los nombres ineludibles de la nueva intelectualidad cubana en el exilio, la que se ha formado en parte en su país y en parte en universidades extranjeras. En su caso, se graduó en Filosofía en 1990 y al año siguiente viajó a hacer un doctorado en Historia en el Colegio de México, recomendado por el influyente pensador Manuel Moreno Fraginals, a quien dedica - junto a Jesús Díaz- este libro. Su padre era rector de la Universidad de La Habana y él visitaba periódicamente a su familia. Hasta 1995. "En el momento en que me gradúo, Jesús Díaz crea en Madrid la revista Encuentro de la cultura cubana, comienzan a salir las novelas de Eliseo Alberto y de Zoé Valdés, y yo me involucro naturalmente en esa generación de la diáspora, igual que Iván de la Nuez. Encuentro pone a circular ideas muy críticas no sólo sobre la política cultural del gobierno cubano, sino sobre el propio régimen. Una vez que uno articula ese tipo de discurso ya sabe que la apuesta es vivir afuera". Curiosamente, su hermano mayor tiene un cargo en el Ministerio de Cultura. "Somos una familia muy politizada", reconoce. "Pero nos llevamos muy bien".


Como investigador, su trabajo académico se ha centrado en la historia de América Latina, y particularmente de México en el siglo XIX. Sobre Cuba, en cambio, ha escrito varios libros que escapan a ese perfil académico. En Tumbas... dice haber combinado ambas cosas, dejándose llevar por una corriente que le atrae: "La disciplina de la historia intelectual se está volviendo una avenida muy transitada de la historiografía latinoamericana contemporánea; no se trata sólo de hacer la historia de las ideas o de los intelectuales, sino de articularla con la de los sujetos, las formas de representación de los problemas sociales, reconstruir las polémicas y los debates de un campo intelectual, rastrear los momentos de mayor o menor autonomía de los intelectuales frente a los poderes públicos". Uno de sus principales referentes es Pierre Bordieu: "Él estudiaba a través de los casos de Flaubert, de Zola, de Baudelaire, cómo por medio del mercado estos autores lograban una autorización que les permitía intervenir en otros aspectos de la esfera pública. Es el caso de Zola, que tiene un papel protagónico en el caso Dreyfus. Yo quise trasladar un poco esa problemática a Cuba y estudiar cómo se construyó el campo intelectual en la época republicana, que va de 1900 a 1959, y la manera en que la Revolución moderniza y al mismo tiempo altera el campo intelectual".
 

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- De esa corta historia surge lo que tú llamas la "ansiedad del mito" en los escritores. ¿Por qué es la Revolución la que asume esta necesidad?
- La epopeya de la independencia, con sus batallas, sus héroes, sus mártires, el culto a José Martí, era la reserva mitológica que tenía el nacionalismo cubano moderno. Sin embargo, yo creo que eso no logró institucionalizarse plenamente; justo en el momento en que comenzaba a permear las instituciones culturales y educativas es que se produce la Revolución y se presenta como una refundación nacional. Sin negar la mitología independentista, la Revolución crea una nueva mitología en torno a otra epopeya con sus héroes y el culto a Fidel, al Che. Yo trato de explorar esa necesidad de poseer mitos que se ve en la literatura, que lo mismo impulsa a los escritores a restituir mitos como a lamentar su ausencia.

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- Los cívicos y los nihilistas.
- Claro. Yo veo esas dos corrientes: la nihilista, el caso de Virgilio Piñera, que es decir aquí no hay nada, es un país muy pobre, no hay tradición, no hay una cultura clásica, no somos nada. Y está la otra, que es la que restituye esta ausencia de mitos con una nueva mitología, lo que Lezama Lima llamaba la "teleología insular", la idea de que los cubanos están llamados por la providencia a hacer grandes cosas. En la esfera política, la Revolución se coloca justo en el centro de esa tensión. Y llega para decir ahora sí vamos a ser una gran nación, vamos a ser plenamente soberanos, plenamente justos. Los revolucionarios tienen un acento de restauración republicana, pero yo creo que ellos reflejan y representan un malestar mayor, que es esa sensación de levedad, de frustración, y de esa sensación es que sale esta voluntad refundacional.

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- Tú propones una integración de la literatura del exilio con la que se hace en la isla, pese a sus diferencias.
- Ése es el tema fundamental de la última parte del libro, el adentro y el afuera de la cultura cubana, y es un problema contra el cual yo trato de reaccionar. A mí me parece artificial esta fractura, porque una cultura nacional es la misma, aunque esté desterritorializada. En cualquier país que ha vivido una guerra civil o un régimen autoritario más o menos prolongado, se producen exilios, diásporas, emigraciones. Durante un tiempo las narrativas y las poéticas de adentro y de afuera se diferenciaron mucho, pero en los últimos años la incorporación de muchos escritores residentes en la isla a un mercado editorial que capta buena parte de la producción literaria de la diáspora y del exilio ha ido reintegrando los discursos; incluso los temas son muy parecidos. La liberación narrativa de la que yo hablo no sólo se experimenta en la diáspora, también dentro de Cuba, en autores como Pedro Juan Gutiérrez, Leonardo Padura, Arturo Arango, Wendy Guerra...

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- ¿Pero esos autores están en las librerías de Cuba?
- Hay muchos que tienen ediciones nacionales de los libros que se publican afuera. Por ejemplo, Abel Prieto: El vuelo del gato es una novela editada afuera y dentro; o las novelas de Leonardo Padura. Hay otras que no. De Pedro Juan Gutiérrez creo que son dos las que se han editado allí, y la de Wendy (Todos se van, Premio Bruguera 2006), claro, no. Muerte de nadie, la novela de Arturo Arango, que es una parábola sobre la muerte de un caudillo, creo que tampoco se ha editado en Cuba. De todas formas, aunque no se edite, la literatura circula. Las novelas de Zoé Valdés, de Eliseo Alberto, de Jesús Díaz, de Antonio Benítez Rojo o de Carlos Victoria, que son cinco nombres que yo creo imprescindibles de la narrativa cubana de la diáspora de los últimos quince años, circulan.

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- El título de tu libro alude a la muerte de los escritores clásicos cubanos. ¿Qué representan ellos para los escritores de hoy?
- En los últimos diez o quince años han muerto los autores clásicos, los últimos que quedaban; después de la muerte de Carpentier y Guillén en los ochenta viene la muerte de Eliseo Diego, Gastón Baquero, Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Severo Sarduy, Antonio Benítez Rojo, Jesús Díaz, Heberto Padilla. Eso, naturalmente, nos habla de un fin de época, pero también de una literatura que tiene que producirse sobre una experiencia de duelo, de procesamiento de esa pérdida a través de la memoria. Y eso yo lo veo en toda la literatura cubana actual. Uno recorre las novelas de Abilio Estévez, de Antonio José Ponce o de Leonardo Padura o de Eliseo Alberto, y lo que encuentra siempre son inscripciones de legado, mediciones de la herencia literaria, ajustes de cuentas, también. Una búsqueda de los grandes muertos de una literatura nacional a través de la literatura del sobreviviente. El que queda escribiendo es el sobreviviente que se relaciona con esos legados.

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- ¿El sobreviviente de afuera o de adentro?
- Otro elemento de esa sensación de cementerio, de esa literatura que se hace en diálogo con los muertos célebres, son las guerras de la memoria, porque así como existe un adentro y un afuera, aunque nos parezca artificial, los actores intelectuales de cada uno de esos campos desarrollan una serie de estrategias para preservar o recuperar el legado de los muertos. Entonces son las disputas, las guerras por el legado, de quién son los muertos. Ha habido intentos muy serios de recuperación de los muertos del exilio.

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- Pero tú dices que es una recuperación parcial.
- Sí, existe la idea en los sectores más oficialistas de la cultura cubana de que la producción más valiosa de los exiliados es la que se hizo en Cuba antes de salir. Esa idea se transmite también en la recuperación del exiliado; el exiliado, mientras vive, es invisible en el campo intelectual de la isla. En cuanto se muere, hay una ceremonia de rescate, una recuperación. Pero la recuperación del autor es como letrado puro, como un representante de las bellas letras y se oculta todo su intervencionismo público de crítica al gobierno.

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- ¿Están tus libros en Cuba?
- Yo creo que con mis libros sucederá igual que con los de Iván de la Nuez, que publicó un trabajo muy interesante que se llama La fantasía roja, donde explora la fascinación de los intelectuales de la izquierda latinoamericana con Cuba en los años sesenta. Ese tipo de literatura de ensayo, lo mío, lo de Iván o lo de Antonio José Ponte, que vive en La Habana, no se edita, no existimos, no hay reseñas, no se dan noticias de los premios, no hay una presencia, pero los libros yo creo que sí circulan, y hay alguna infiltración secreta en el debate.

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- Llama la atención el aspecto trágico de los cubanos, aparentemente tan gozadores de la vida.
- Tiene que ver con la intervención de los Estados Unidos en 1898, que aborta la guerra de independencia; la traición de Batista; la revolución del 33, el desencanto por la revolución. La historia siempre es representada como un lugar de tragedia. Y es muy hamletiano, además de edípico, con esa idea de la orfandad. Los intelectuales y políticos del pasado siempre se ven como espectros. Martí es un muerto que está gravitando sobre los vivos en todo el siglo XX y la Revolución lo convierte en el gran espectro. Lo que estamos viendo en estos días es cómo nace un nuevo espectro. No creo que los cubanos se vayan a deshacer de la presencia de Fidel, él va a estar ahí. Puede ser el Martí del siglo XXI.
  

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Articulo: El mercurio.com

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A consultar:

http://www.amigospais-guaracabuya.org/oagcw115.php 

http://www.rebelion.org/cuba/030731arcia.htm

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