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Revista Literaria AZUL@RTE

LAPSUS

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L A P S U S • collage editorial

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m e m o r i a · i n f i e l
PoquitaFe
por Giancarlo Huapaya Cárdenas

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Desde Salida al Mar en Buenos Aires, trazando la línea horizontal por las pampas templadas para llegar al Poquita Fe en Santiago, viajando por la orilla costera al lado —o encima— de la cordillera para el Novísima Verba en Lima y otro gran trazo cruzando el Océano Pacífico hasta el Estoy Afuera en el DF. Los festivales latinoamericanos de poesía joven se encuentran. Los poetas viajan con sus propuestas, experiencias, proyectos y búsquedas. Se produce la comunión ciudad-individuo y se inician historias.

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Hace unas semanas se realizó el desborde de fe del Poquita Fe. Santiago albergó y escuchó atentamente por seis días las líricas de jóvenes poetas provenientes de varias partes del continente. El Festival fue un intercambio, una interiorización, una intermitencia, un internuncio, una interpelación, una interposición, una interpretación y un intervalo de tiempo para deslucir los internados de la región.
 

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U n · t i e m p o · p a r a · P o q u i t a

Nunca le pregunté a ninguno de los organizadores el por qué del nombre Poquita Fe. No quise sus explicaciones porque decidí buscar mi propio concepto a partir de lo vivido; "Poquita Fe es irónico. No es una cuestión divina o de creencia ciega en algo que nadie entiende y que está por encima de nosotros. Poquita Fe es racional y está sostenida en el quehacer trajinado de las voces de quienes lo organizan y a quienes se les invita - además de los escuchas-. No es una oración para que se construya o se sane o no le pase nada y salga todo bien. Es una incertidumbre hecha a tinta y papel o dedos y computadora. Es una certidumbre hecha caminando por cada esquina. Poquita Fe significa muchísima fe en un poema y en una amistad. Es un proceso que comienza por su ironía y acaba en su contradicción".

Bien por eso.
 

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M e m o r i a · i n f i e l · y · t r a s · b a s t i d o r e s · p a r a · l a · F e 

Santiago de Chile, domingo 8, 19 horas.

Gregorio Alayón (Chile) fue el primer poeta que abracé, me recogió en la estación del Metro. Unas calles mas adelante Héctor Hernández Montesinos (Chile) alcoholizado me daba un calurosa recepción en una esquina. Unos pasos más, en la casa de Galo, una mesa de muchos libros y muchas voces esperaban. Un trago de mi primera cerveza chilena. El cansancio tenía que esperar desde ese día, siete días más. Luego de unas horas, íbamos rumbo, guiados por Pablo Paredes (Chile), al Espantagruélico, bar poético permanente para la trasnoche. Esa noche de primeros sobresaltos la pasión rondaba a los jóvenes poetas. Esa noche Nicolás Alberte (Uruguay) vulneró el noveno mandamiento y se enamoró perdidamente por unos días. Esa noche Ernesto Carrión (Ecuador) vulneró los límites del sueño, y perdió su billetera.  

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Santiago de Chile, lunes 9, 15 horas.

En el almuerzo las experiencias de Pablo Paredes - tengo una foto con Menen y estuve viajando con las mujeres menenistas. Conocí a un diputado chileno en una tormenta y fue a mi lectura en Méjico, entre otras no reproducibles por su extravagancia y megalomanía.- y un mini debate acerca de las nacionalidades que nos convirtió a Nicolás y a mí, en uruguayo y peruano de mierdas, nos ayudaron a la digestión. A las 17 era la lectura inaugural en la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), compartiría tribuna con Cuaderno de Agua de Jorge Solís (Méjico), Las cosas a descansar de Laura Lobov (Argentina) y Vacío en partes iguales del uruguayo de mierda. Mi pánico escénico dejaba de ser intuitivo.  

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Santiago de Chile, La Chascona, martes 10, 12: 30 horas.

Chascona significa despeinada. Leía nuevamente, esta vez del inédito Polisexual. Una especie de balcón atravesado por una rama era el escenario. Esa tarde nos atravesaban los inquietantes instantes de Litane de Alejandro Tarrab (Méjico), Violeta Kesselman (Argentina) silabeaba la forma visual de sus poemas, Víctor Hugo Díaz (Chile) sacudía la urbe, Alexander Ríos (Colombia) nos hablaba de las monedas falsas y nos repetía el valor del tiempo, Pablo Paredes (Chile) dedicaba un poema al responsable de la Fe, el único uruguayo hasta la fecha nos daba un vademécum y Raúl Zurita, maestro a quien ese instante di el último ejemplar de mi trascendencia, metía la mano en el sombrero de la historia para perennizar esa imagen. Esa tarde, luego de la chorrillana (papas, carne, huevos, cebollas) y las escudos respectivas (malta de cebada, lúpulo, agua, alcohol), el patio de la facultad de Derecho de la Universidad de Chile era escenario del segundo concierto poquitafeniano de la tarde. Entre la calle y la facultad nos contemplaba el fresco aire santiaguino. Otras escudos en lata, un brindis por el buen clima y la poesía visual de mi amigo Germán Gana (Chile) y comenzaron las baterías de Rodrigo Flores (Méjico).Era noche de performances. La espontaneidad hacía lo efímero imperecedero. El Espantagruélico era el fin de la maratón de ese día. El ruido se confundió con la poesía, se cansaron los oídos, las lunas se empañaron, el carrete (1) se apoderó del mundo, la neblina garantizó pocos recuerdos. Me desperté, aún de noche, con una copa de vino brindando con mi anfitrión Héctor Gonzáles. La casa de Héctor y Scott Meier me albergaba. Ellos (pareja profesional y creativa de la productora Giriaca(2)) comenzaban a tramar lo que sería el punto de permanencia más exacto del festival. Un audiovisual.

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Santiago de Chile, Casa de Héctor y Scott, miércoles 11, por la mañana.

Me desperté sin recuerdos y sin resaca, vi a mi alrededor mi voz ronca y deshidratada. Me desperté sin sueño, oí a la calle entrar tirando la puerta. Me desperté para curarme de la nocturnidad con un poco de miel y limón. Felizmente que no leía hasta el jueves, tenía tiempo del antídoto. Esa mañana los videastas/anfitriones me grabaron desnudo en una bañera - según Alberte llena de champagne y leche de cabra- leyendo el poema de la axila al ano para su film del festival. 14 horas. Me recosté en el pasto de la Universidad de Santiago y percibí la fotosíntesis de Ramón Peralta (Méjico), volví a imaginar el revolcón con la rabbit de María Eugenia López (Argentina). Carrión me invitó un vaso descartable de vino, se sentó a ver el complejo panorama de las "Poéticas Actuales en Latinoamérica" y volvió a vulnerar los límites del sueño.  

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Santiago de Chile, SECH, miércoles 20 horas.

Un feliz encuentro con Abyecta (Chile), entre los ritmos violentos de Rodrigo Gómez (Chile) y la cadena limenticia de Ana Mazzoni (Argentina), renovó los bríos. Nada más necesité un asado con papas fritas y la noche continuó salvaje. Eran las 23:30 en el bar para la poesía y la trasnoche, mi voz seguía decayendo, otro era el espacio para los ritos. El segundo piso se había convertido en el lugar oscuro y viejo para las voces nuevas. Rodrigo Olavarría (Chile) capturó mi desidia por el conocimiento mientras apostaba un poema con Dora Moro (Méjico). Un extraño presentimiento me condujo a la zona de fumadores. Los humos apasionados calmaron mis pulsaciones. El baño alusivo a lo raro y bizarro con imágenes de Saudek quedaron en mi memoria.  

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Santiago de Chile, casa de Víctor Hugo Díaz, jueves 12, 15: 30 horas.

Una reunión de frijolitos con carne, una de las delicias del viaje. Mucho vino y poca poesía - felizmente-, mi voz susurraba en medio de los maravillosos recuerdos de Víctor Hugo acerca de las correrías nocturnas que tuvo en la última visita de Roger Santiváñez, el clima daba sus primeros golpes. Tras el almuerzo, mi disfonía tenía que terminar, me propuse acabarla a la mala. Para mi suerte me encontré al dueto ecuatoriano Luis Carlos Mussó (recién llegado para auxiliar a su corredor bucal) y Carrión en el camino al SECH. Les propuse un ron (palabras mayores en Chile). Mala idea, no lo acabé y me invadió el cansancio prestado de anoche. Me fui a echar una pequeña siesta, leía a las 23 horas en el Espantagruélico.

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Mi habitación, viernes media noche.

¿Qué hora serán? Habré dormido mucho.¡ Carajo 12 a.m! Corrí con la cama aún encima y sin voz. La siesta aguijoneó mi garganta. Llegué al bar y el nuevo ambiente preparado para las lecturas era desolador. Todo había concluido. Me sentí enfermo por primera vez, miré a mi alrededor la gente bebiendo y riendo y me fui a casa.  

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Mi habitación, viernes 9 horas.

Te visitan. El dueto ecuatoriano organizaba un recital en mi habitación.

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Viernes 9: 30 horas.

Se unió Lucía Bianco (argentina y compañera de piso de donde vivía) con su Diario de exploración, por el lapso de tres poemas.

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10 horas. Se unió María Eugenia y nos fuimos a desayunar vino. La lluvia de la intemperie mojó nuestros pasos y no paró hasta empapar las medias. Al regreso, una cola para el casting del film "Poquita Sed" pasaba los decibeles soporíferos. La productora Giriaca hacía sonar cada verbo en cada lugar verbalizado. Cada estación en la frecuencia de cada origen. Cada uno esperaba el registro digital del ojo de Héctor Gonzáles. Mañana era el estreno… 

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Continuación: http://www.lapsusweb.net/pages/p06/poquita.htm 

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