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Revista Literaria AZUL@RTE

KARMASENSUAL 2

KARMASENSUAL 2

 

Karmasensual2 karmasensual2@friulinelweb.it

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Les hago conocer a los autores y relatos seleccionados para integrar el libro que editará gratuitamente "El Taller del Poeta" para fin de noviembre 2006. El libro este año se titulará: “Karma sensual2: Historias de pueblo” y se compondrá de los 16 (dieciséis) mejores relatos seleccionados por el jurado estable de “Karma sensual”, junto a datos de los autores.  Los textos ganadores, por orden de arribo al concurso, son: (avísenme por favor si cometí algún error al transcribir datos) 

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“El máximo error“- Cristina Validakis- Argentina.

“Ahora que remuevo el café”- Pedro Felix Novoa Castillo- Perú.

“El café no sabe igual“- Néstor Hernán Pedraza Hurtado- Colombia.

“Jamás te quites la venda“- Marcelo Brignole- Argentina.

“Amor a lo grande“- Susana Camilletti- Argentina.

“El papiro del deseo”- Carlos Gustavo Bellorín García-Miguel- Venezuela.

“Cristine“- Armando Aravena Arellano- Chile.

“Historias de mi pueblo“- Verónica Roxana Duffau- Argentina.

“Tiempo de juegos“- Carlos Pineda González- España

“Se movía, demonios, se movía“- Juan Ángel Laguna Edroso- España-Francia.

“El servicio“- Ana Inés Urrutia- México.

“101 días sin nieve“- Miguel Rodrigo Gonzalo- España.

“Con un antiguo gusto a limón“- Graciela Diana Pucci- Argentina.

“Bajo sus dedos“- Graciela Diana Pucci- Argentina.

“La cuadra“- Juan Carlos Perez Lopez- España

“Dame mi amor, la eternidad“- Paula Salmoiraghi- Argentina. 

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Felicitaciones a los ganadores y agradecemos a todos los participantes que confiaron en nosotros.

El Subtema del próximo año será: “Amor y humor”.Gracias de corazón.

Marta Roldán 

E-mail: fama@enterinformatica.com.ar
           fama@friulinelweb.it
Site: www.enterinformatica.com.ar/crearparaleer
        www.friulinelweb.it/unmododidire
Colaboradora externa de la Asociación Cultural Italiana "La Nueva Musa"
Colaboradora en la revista "La fuente de las 7 vírgenes".
grupo Crearpoesia: crearpoesia-subscribe@gruposyahoo.com.ar
Noticias literarias:
http://www.grupobuho.com/modules.php?name=Content&pa=showpage&pid=1     

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Ganador: Cristina Validakis - Argentina 

Reconocimiento para una escritora de Río Tercero 

Dos obras de la escritora riotercerense Cristina Validakis fueron recientemente seleccionadas para participar en la antología que editará el Centro de Promoción de las Artes y las Ciencias de Buenos Aires. Junto a trabajos de autores de todo el país se publicarán el cuento "El máximo error" y la poesía "Cada segundo", que se reproduce en esta página, pertenencientes a la escritora de Río Tercero. Ambos trabajos fueron seleccionados a través del concurso Latinoamericano "Contraluz". Además, la autora local junto a las también escritoras riotercerenses Armida Tagliasachi y María Cristina Mugas, fueron reconocidas por la Legislatura de Córdoba por su participación en las diferentes antologías que editará Nuevo Ser Editorial, de la ciudad de Buenos Aires.  

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Cada segundo 

De pronto, la imagen de mi lápida me diceque el tiempo, mis torpes decisiones apresura,y su faz de piedrase torna indefectible, y más segurapara apoyar la sien, y decidir,y sepultar vertiginosas dudas. 

Allí, donde otros creeránllorar la muerte de mis vivencias truncas...nace esta otra mujer,intrépida, indagante, aún más pura,la que sabe que en su lápidanadie sabrá jamás plasmarni los temores, ni la angustiaque la obligaron a elegir,que la impulsaron a vivirsus sueños y placeres con premura. 

Allí, donde otros pondrán florespremiando mis vivencias, con coronas,nace esta otra mujer, la que no duda,en abrazar cada segundo agradecida;y sale del dolor y los fracasosaún más enaltecida... 

De pronto... la imagen de mi lápida me grita,como si ya estuviera allícomo si viera el mármol fríoy lo sintiera en las venas,que mi andar es limitado, y el final,irrenunciable y sorpresivo. 

Y ver en ella, la efigie de nombre escritoaunque de mí, nada explicite, porque no habrá epitafio que contemplemis triunfos, mis caídas y mis luchas,lo que no me animé a hacer,por cobardía o dejadez,ni cuán valerosa o ardua fuecon mis días, cada cita. 

Porque no es solamente, vivir así de prisa,sino, que al abrir los ojos y vermeeternamente en la propia sepultura,entender que sólo es sabio si vivísin sentirme aletargada o vacía.Intensamente, capaz y más despiertacada segundo valioso de mi vida. 

Cristina Validakis   

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El máximo error

El que se publica a continuación es un cuento de la escritora riotercerense Cristina Validakis, inspirado en un hecho real, ocurrido en la ciudad de Río Tercero. La obra formará parte, con el nombre "El prisionero", del libro de novelas históricas breves de la autora, aún inédito, titulado "De raíces y huellas".Por Cristina Validakis 

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La galimatía de colores del atardecer, iba golpeando, perezosa, las cumbres serranas y derramándose en los espinillos del monte que me vieron crecer. Mis ojos, infantiles aún, observaron nuevamente el espectáculo cotidiano con una mezcla de asombro y expectación. ¡Cómo amaba esos paseos! Recibir el aire fresco en la cara y retozar ociosamente en el pasto. El mundo se vislumbraba maravilloso.

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Mi madre se hallaba recostada en el tronco de un árbol con los ojos entrecerrados. Bella y tranquila. Disfrutando del paisaje como todas las tardes otoñales. Pero ya se acercaba la hora de abandonar ese remanso. Entonces, ella se incorporó, se acercó gozosa, nos acarició por última vez en la cabeza y comenzó a andar con sus pasos majestuosos y suaves sobre el acolchado pastizal seco, casi sin hacer ruido, perdiéndose luego por el sendero entre el matorral de cañas. Mis hermanos corrieron entusiasmados tras ella, en una vocinglería feliz, mientras, recostado de espaldas y aún jugueteando con varias ramas, me entretuve un segundo. Sólo un segundo de solaz y distraído regocijo... extraño y fatal... Determinante. Ese segundo en el que cometemos el máximo error, el que nos cambia la vida.

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Entonces un estampido seco perturbó la impermeabilidad pacífica del crepúsculo. Llantos y gritos. Gruñidos extraños y roncos. Más estampidos... Y un silencio más impactante aún. Mortal y omnipresente. Silencio de aves del monte acobardadas, silencio de insectos intimidados. Vigilia total... Un manto de asimétrica negrura, fue ocultando lentamente el paisaje con su atuendo de sombras cada vez más atemorizantes. Mientras iniciaba la búsqueda inútil de mi madre, mis ojos se anegaron y lloré como jamás había tenido posibilidad de hacerlo. La soledad y la sombra, me acometieron de una manera desconocida, con su terrorífica y palpable autarquía.

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Durante toda la noche deambulé en forma azarosa entre matas espinosas y prados brillantes por la luna llena, sin saber hacia dónde ir. Sólo mi madre conocía el camino hacia el hogar. Y siempre había confiado en contar con ella. Ahora, casi paralizado del terror, aturdido de zozobra, debía hallarlo solo. Tal vez, cuando llegara allí estarían ellos, mi familia. Y todo volvería a ser como siempre. Mis músculos se movieron impulsados por una necesidad imperiosa de llegar hacia la tranquilizadora vida que acababa de serme injustamente arrebatada. Y mis pies se movieron, hasta que el sueño me alcanzó y recostado en busca de una protección inalcanzable, bajo un árbol de corteza dura y helada, me doblegué a las inevitables pesadillas que el sopor nocturno trajo.

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No sé cuánto tiempo duró mi adormecimiento, pero cuando desperté me esperaba una sorpresa más horrenda aún: algo o alguien, me había tomado prisionero y ahora, encerrado en una oscuridad más incomprensible que la del sueño me trasladaban en forma bamboleante. Intenté moverme y escapar, golpeando desesperado con mis manos, la inesperada y reclutoria cárcel de dimensiones tan estrechas. Pero nada conseguí. Ni siquiera me fue posible cambiar la incómoda posición decúbito dorsal en la que me hallaba. Y así continué durante mucho tiempo hasta que debo haberme adormecido nuevamente. Un golpe sobre mi espalda me obligó a abrir lo ojos, con la rara esperanza de haber estado soñando. Con la ilusión de ver nuevamente a los míos, y sentir el roce de sus suaves pieles y sus voces tranquilizadoras. Pero en cambio, me hallaba en un lugar de rara iluminación, tirado sobre una superficie tan lisa y deslumbrante a la que me costó acostumbrar mis ojos. Con una brusquedad angustiada intenté girar e incorporarme, pero resbalé y caí sobre ella. Lo intenté varias veces, y noté que mis pasos eran prácticamente imposibles, casi no me podía sostener. Entonces enormes sombras se elevaron a mi alrededor y me acorralaron. Al levantar la vista, unos seres extrañamente espantosos, que jamás había visto, me tomaron, me apretujaron y pasaron sobre mi piel sus extremidades lisas y gelatinosas de una manera imposible de describir, casi repugnante, impregnándome con el fétido olor de sus epidermis. Pero de alguna forma, luego de un rato comenzó a resultar agradable ese contacto cálido, y notoriamente carente de la violencia que había temido y que mi soledad angustiada necesitaba. Era un consuelo volver a sentir la tibieza de alguna piel cerca. Aunque no fuera la que conocía desde mi nacimiento.

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Pronto, mi olfato se impregnó de olores irreconocibles y confusos... acres... dulzones. Algunos misteriosamente apetitosos. En los momentos en que los curiosos seres me dejaban solo, y con un recelo instintivo, fui recorriendo lentamente lo que parecía iba a ser, por el momento, mi nuevo hogar. Y digo por el momento, porque si bien, no me hacían daño, me hallaba como víctima del destierro, en un enclaustramiento total ya que mantenían cerradas las posibles salidas del lugar. Sí, es cierto que me cuidaban. Me hallaba alimentado con productos que al principio me desagradaron y a los que con el paso de los días me acostumbré y hasta llegué a apreciar. Por la noche tenía abrigo y seguridad. Y sobre todo, nada, absolutamente nada qué hacer. Sólo en algunos momentos, en que los seres necesitaban tocarme, pasar sus pieles contra la mía, como acariciándose a sí mismos. Otras veces, corrían a mi alrededor. Y yo corría también con ellos. Eso parecía encantarles, porque estiraban sus bocas en lo que parecía una sonrisa y emitían bufidos y extraños chillidos. En algunos momentos me cansaban sus juegos y entonces les saltaba encima hasta hacerlos caer. Así, los que terminaban cansándose de la actividad eran ellos y me dejaban tranquilo.

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En realidad, con el tiempo, me empezó a agradar la compañía de mis inofensivos propietarios y, hasta podría decir, que los extrañaba cuando se marchaban. A pesar de ello, estaba seguro que ni bien tuviera la oportunidad, debía huir. Ni siquiera sabía hacia dónde, porque tampoco sabía dónde me hallaba, ni en qué clase de lugar me habían hecho prisionero. Más allá de las comodidades que me proporcionaban, no dejaba de ser una cárcel en la que había caído, quién sabe por qué. Por más que pensaba y pensaba, no lograba entender cuál era el motivo por el que me mantenían allí. No había razones posibles. No me hacían trabajar, no pretendían que aprendiera nada, a no ser que no ensuciara el piso, por lo que pusieron un tacho con tierra que supuestamente debía usar. Una vez que lo hice, nada más pretendieron. Y aparentemente, tampoco pensaban emplearme como alimento.

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El momento en que más extrañaba mi mundo, era por la noche. Cuando en ese rutilante salón de perfectos brillos, me llegaban los sonidos externos. Sonidos que me transportaban a otra época, otro lugar en el que nada me impedía elegir, ser libre. Y principalmente, era cuando más ansiaba ver un rostro como el mío y acariciar o ser acariciado por alguien como yo. Con mi piel, con mi olor, con mi voz y mi idioma. Y sentía en mi cuerpo una necesidad imposible de canalizar. Fruto de la indigencia de vivencias compartidas con los pares. Una urgencia incontenible de la carne. Y de expresión natural e instintiva de sentimientos.

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Cuando la monotonía de mis días y los nuevos hábitos impuestos, parecían haberse instalado en forma perpetua, una mañana, me cargaron en algo, no sé qué, jamás había visto una bestia o aparato semejante. Con gruñidos y aullidos desaforantes se movía a una velocidad que en mi mundo no podía igualarse. Nuevamente encerrado en un espacio pequeño y oscuro. Pero nada de eso ocurrió. Por un momento tuve la ilusión de que me devolvían con mis congéneres. En cambio, me encontré dentro de otro lugar similar al que había sido mi hogar durante tantos... ¿días, meses, años...? Ya me era imposible calcular el tiempo que llevaba en esa nueva vida. Sólo percibía que mi cuerpo había cambiado. Sí, había crecido. También lo había notado cuando me reflejaba en las superficies pulidas del piso o las paredes. Ya no era un niño. Indudablemente había pasado demasiado tiempo desde que me habían atrapado. Toda una vida. Y en esa vida había perdido todo. Mi identidad, mi naturaleza, mi idioma, mi familia... el universo que conocía. Y nada había adquirido a cambio. Sólo esta apremiante necesidad de salir. De huir. De dejar de ser el prisionero.

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Una noche, como tantas otras, desperté por un sonido proveniente de la puerta que, sabía, daba al exterior. Sorprendido esperé la entrada de uno de los seres por allí, pero nada pasó. O sí, algo insólito e inesperado. La entrada milagrosa de un rayo de luz que enseguida reconocí. La luz que en mi terruño, provenía de la luna llena. Sigilosamente me acerqué a la puerta. Con temor y expectativa logré llegar a ella y nuevamente mis sentidos se impregnaron de un aire maravillosamente fresco y en mis pupilas, se dibujó el increíble astro en plenilunio, de la noche de mi abandono. La noche en que empecé a ser un prisionero. Sí, allí estaba ella. Tan alta y redonda como siempre. Tan blanca y brillante como los pisos sobre los que acostumbraba a caminar. Y la tierra, ya no contenida en un tarro, sino interminable hacia adelante... hacia los pastos verdes. Y comprendí que hay cosas que jamás, un adoctrinamiento o domesticación extranjera pueden cambiar. Aquellas sensaciones que forman parte del reguero de reminiscencias de nuestra formación ancestral. Aquellos instintos que germinan de nuestra naturaleza más insondable. Mi cuerpo, mi mente, mis percepciones todas, volvieron a aquella fatídica noche. Entonces, corrí bajo la luna llena. Como hacía... meses, años... que no lo hacía. Y todas mis articulaciones y músculos anudados y deplorablemente sometidos al cautiverio, se desvelaron como despertando de una pesadilla. Nuevamente sobre la tierra, sobre el pasto... nuevamente bajo el cielo... con el aire penetrando a raudales en mis pulmones, extendiendo las aletas de mi nariz y percibiendo olores antiguos y originales. Un poco más allá una pared detuvo mi huida. Pero no, ahora nada impediría que volviera a mi hogar. Nada me detendría. Con un impulso invencible, soñando con los espacios abiertos que me esperaban, me proyecté en un salto sobre ella y caí del otro lado. Inmediatamente comprendí que no era lo que yo esperaba. Todo el lugar estaba cercado por edificaciones oscuras y brillantes, en las que la luz de esa luna tan similar a la de mi mundo, se multiplicaba indefinidamente. Las construcciones eran similares a la que me había mantenido preso. No obstante, seguí corriendo entre ellas, salté nuevos muros de diferentes tamaños. Pero siempre hallaba otro... y otro... Imposible contarlas, ni calcular el tiempo que corrí en ese laberinto. En esa desesperación alocada, salté otro muro y de golpe, me estampé contra una superficie translúcida que se partió en mil pedazos sobre mi cabeza. Y cerré los ojos vencido. Mucho tiempo después, la luminiscencia lunar fue reemplazada por unos tímidos rayos penetrando por una ventana alta. Había amanecido. Poco más tarde, se oyeron las sirenas, los gruñidos de animales, y ruidos de aparatos. Allí estaban. Venían a buscarme. Pero no pensaba salir. Si me querían, deberían entrar por mí. Sólo que ahora, no me atraparían vivo. Porque el encierro me había transformado en un ser desesperado, dispuesto a luchar por su vida, por su natural dignidad. Pronto, varios de ellos, intentaron acercarse y arrojarme un objeto, algo así como ramas enredadas entre sí, pero logré desplazarme a tiempo en el ínfimo reducto en el que me hallaba recluido, cayendo a mi lado. Finalmente se abstuvieron de acercarse y sólo me miraban por la alta ventana. El tiempo transcurrió lentamente, pero los ruidos del exterior, lejos de disminuir, fueron en aumento. Noté que trabajaban en la ventana, sin saber qué hacían allí. Cuando lo pude entrever, ya era demasiado tarde. Uno de ellos, introdujo un elemento desconocido, y cuando estaba por incorporarme para atacarlo, el intenso y sorpresivo dolor me inmovilizó. Poco a poco, mis miembros se endurecieron y mi visión se nubló. Así, totalmente paralizado pude ver, con una atemperada pavura, que se acercaban ante mi completa inmovilidad, que me tomaban entre sus extremidades, ante mi torturante impotencia. Y me sacaban del inútil refugio que, crédulo de su protección, había hallado. Nuevamente me encontré encerrado esta vez, en una jaula de rejas duras, pero a través de las cuales, pude ver cómo me cargaban. Y, a mi alrededor, todos ellos. Tantos, imposible de contarlos. Nunca hubiera imaginado cuántos eran. Al fin y al cabo, en mi encierro, sólo llegué a conocer a unos pocos.

-"No les haré daño". "Déjenme volver con los míos, a mi lugar"- quisiera gritarles.

Pero no comprenderían mi idioma. Y mucho menos, esta necesidad acuciante de libertad que me acongoja. O esta tenaz e insalubre inquietud que se ha instalado insaciable en mis pensamientos. Ni este instinto insatisfecho que requiere con porfía, una pronta complacencia.

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No puedo hablarles y sólo los miro. Con la esperanza de que alguno entienda. Con la ilusión de que al menos uno de ellos, intuya por simple identificación mi sufrimiento.

Mucho tiempo después, despierto en un lugar distinto. Por un momento la euforia me invade como un remolino al ver los árboles, el pasto, el sol. Y lo más increíble. A lo lejos alcanzo a divisar un ser que se me asemeja mucho, cerca de unas piedras. Entonces, cuando abren mi jaula salto, y corro sobre el césped húmedo a su encuentro. Libre al fin, devuelto a mi lugar. Entonces, al acercarme lo miro con asombro. Lo primero que noto son sus ojos, tan tristes de sometimiento, en una total apatía de emociones. Y luego su piel, de otro color. Y por último, las disimuladas rejas de la misma tonalidad de las plantas, que nos separan. Y que nos encierran. Atraído por un titilar rutilante de colores, levanto mi mirada. Y allí está el cartel. No entiendo lo que se ha escrito en él. Pero lo sé... mi instinto me lo dice. Y recuerdo, que alguna vez oí que las mascotas exóticas, cuando se tornan peligrosas, van al zoológico. Sí, ahora, puedo entender cuál fue mi verdadero error. Durante todo este tiempo, simplemente fui una mascota.

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Ególatras e ignorantes, que puedan pensar, por un instante, que me engañan con sus disfraces absurdos, vistiendo la jaula con árboles y pastizales y hasta un hilo de agua artificial y clorada, creídos en su necedad, haber logrado imitar burdamente un hogar natural imposible.

Ingenuos inmutables, en su vana creencia de haber anulado mágicamente mis instintos de lucha y mis deseos de huir.

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¿Qué argumento esgrimiré, ahora, que están convencidos, de haber hallado la mejor solución a mi molesta e inoportuna presencia? ¿ Cómo podré explicarles, que sólo han puesto ante mí un espejo de la vida que me quitaron y que aún, indeleble, con más fuerza sigue palpitando en mis venas? ¿Cómo seguir subsistiendo, entonces, en la falsaria creencia de ser libre, cuando nadie, absolutamente nadie, comprende que en el ornamentado hábitat de la reserva, sólo sigo siendo un prisionero...?Tontos, soberbios y petulantes que pueden dormir tranquilos, en la inútil convicción de que yo, un puma, felino carnívoro y predador, león americano, nacido en el monte serrano, pueda existir y ser feliz alguna vez, viviendo en cautiverio. 

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http://www.internetxaire.com.ar/tribuna/noticia.php?_edicion=241&id=10740 

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