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Revista Literaria AZUL@RTE

Andrés Fabián VALDÉS

Andrés Fabián VALDÉS

El nacimiento del sol

Por Andrés Fabian VALDÉS 

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Le miró con ternura; sus ojos parecen dos gotas extinguiendo el fuego y su boca una caricia que recorre la piel. Ella, aun sintiendo vergüenza, se recogió la pollera y se posó cómoda sobre la hierba. Por primera vez sus senos transpiran y su amor se abre como una rosa. La brisa silvestre les refresca. Los labios brincan al igual que nerviosos pajarillos. Él es presa de ansiedad, pues ahora tiene cuanto existe en su anhelo. Nadie les puede descubrir; la noche no es oscura, por el contrario es luminosa y reflexible, pero ellos se encuentran lejos del pueblo, en una colina junto a un lago espejado. Tal vez muy cerca, o demasiado lejos, un campesino corre rápidamente. Se le nota fatigado, más por una odiosa rabia que por la agitación física. Sus ojos endemoniados exclaman amenazas sin juicio alguno; sin embargo avanza seguro de su dirección.

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Los jóvenes se murmuran palabras dulces. Sus manos, convertidas en caricias temerosas, son arrastradas por el deseo; un deseo elevado e inexperto. Él le jura que la ama. Ella aprieta sus manos y hunde los dedos en la tierra. Las respiraciones se expanden en profundidad mientras sus cuerpos y sus almas se acercan por un ritmo creciente. Se poseen íntimamente, eternamente. La brisa alza su soplo y la hierba se humedece. El campesino corta distancia a paso iracundo. La luna le baña los senderos. Las suelas de sus botas estallan contra las rocas. Cree que ha sido traicionado; ella le había prometido que estaría temprano en casa. El muchacho le sonríe con ternura. Ella gime broncamente por primera vez; la molestia le es gratificante. El extraño corre a reventar. Quiere golpearlos y enseñarles las reglas. Darles una paliza hasta desintegrar todo recuerdo. Los labios de ella tiemblan afectados por la bondad. De sus pupilas emerge un brillo divino. Le nacen lágrimas de los ojos. El hombre ya corre sin tocar el suelo. Presiona los puños. Atraviesa arbustos. Salta alambrados. Intuye que es tarde. Maldice. Se le escurre espuma por la boca. Ya son audibles las respiraciones aceleradas. Tan solo unos metros les separa. Un alarido cruza el valle ¡y los tres se miran! ¡Se miran desafiantes! Aunque ya es tarde, demasiado tarde: ambos se hallan abrazados, contemplando el azul profundo y radiante del cielo y meciendo al niño recién nacido. 

 

3 comentarios

marlene -

Considero que es un relato exitante y a la vez, intrigante.

Alfredo -

Al final me parece que tiene un ritmo frenético que es espectacular, y todo para dar una vuelta de historia más increíble aún.

María Eugenia -

Muy interesante el juego en que uno cree que está sucediendo algo en concreto y al final resulta algo totalmente distinto. Pero más interesante aun es cuando volves a leer el cuento (teniendo ahora en mente hacia dónde apuntaba la historia) y notas que realmente no se hablaba de otra cosa que la dicha por el escritor al final.