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Revista Literaria AZUL@RTE

Salomón VALDERRAMA CRUZ

Salomón VALDERRAMA CRUZ
Palabra, planetas, núcleo, escapar:
como poemas
(fragmento)

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El poder en las manos del poder   

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«Y evitar La guerra del fin del mundo
Sobre Ficciones de palabras nuevas que hablan
De otras palabras antiguas como ruinas circulares
En Macondo para el hombre adulto y niño
A cómo de lugar la palabra es sin duda pacífica
Que a la palta le dice chátal
Que a la granadilla le dice quiero esa fruta que parece vidrio»

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De Repasando el secreto del vidrio   ¿En dónde está enraizado ese famoso principio del poder? Dónde se depositan las simientes del que puede o no puede; ¡será en los genes! El poder se inscribe o circunscribe como toda palabra, suprimida a consenso, en escaparate literal, metafórico y, por supuesto, transliteral. Según el Diccionario de la RAE (Real Academia de la Lengua Española), poder significa: tener expedita la facultad o potencia de hacer algo; dominio, imperio, facultad y jurisdicción que alguien tiene para mandar o ejecutar algo; además de otras, bien, acordadas acepciones. Pero, qué verdadera o falaz importancia representa el, tener, poder. Será porque todos, de una u otra manera, recordamos, en algún momento de nuestras valiosas y muy exiguas vidas, ese afán del hombre que vivió y lo manejó todo o, al menos, un resquicio de ese todo humano. Y así lo vemos, hasta en los animales, que en un principio científico y filosófico manejan otros códigos, o acuerdos, entre ellos: el contexto de los leones, los elefantes marinos, los perros salvajes y hasta el escarabajo hércules.

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Claro; ¿Quién recuerda al que nada tuvo? Al que nada controló o destruyó. Nuestras, frágiles, vidas están llenas de inocencia compartida y asumida verdadera, desde los puentes invisibles, porque sirvió para la Historia de la Humanidad. A Qin Shi Huangdi, primer emperador de la dinastía Ch'in (Qin), flamante constructor, de la mayor porción, de la Gran Muralla China como defensa contra los ataques de los pueblos nómadas de las estepas del norte; Adolfo Hitler que en su deseo, o alucinación, maquiavélico o infernal trato de desbaratar el mundo y ordenarlo de acuerdo a su no-ser en volumen y masa; Ricardo Corazón de León que maquinó, igual que otros, invadir Jerusalén o salvarla de los musulmanes; Ulises, el ingeniero del caballo, o yegua, que sirvió para exterminar Troya y luego poder ir al, sempiterno, reencuentro con Penélope; Francisco Pizarro que se encargó de destruir todo aquello que no le servía a la Corona, o coronilla, de su supina ignorancia o, mejor dicho, flamante defensor de la palabra, de ser verdadero para apócrifo Dios.

Parapetado entre lo que entendemos como realidad o ficción, los conceptos, el concepto que engloba el poder, también, está contextualizado en el arte y en todo el quehacer humano. Entonces, quién recuerda al que colocó el ladrillo número 1000 o 2005 de la Gran Muralla China, del bizarro y ordinario, primer, soldado que murió protegiendo, el 1 de septiembre de 1939, a Polonia; quién recuerda al hijo que heredó el trono a Ricardo I, al tercer cargador del gran Inca Atahualpa en la Toma de Cajamarca. Parecerá absurdo o hasta platonismo, pero, eso es lo que no cuestionamos del poder.  

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Qué pasa cuando uno mata a la cucaracha que irrumpió en la cocina, ¡nada! Claro, alguien dirá: todas son iguales y asquerosas. Pero según la ciencia: son como inmortales. Además, qué pasa si la cucaracha que fallece es el rey o el presidente de los coleópteros; será que tramarían, de alguna u otra manera, invadirnos o matarnos con olores y patologías de cepas vírgenes. Creo, que ya, estoy tangencial al humor, a la locura, a afirmar que lo que Franz Kafka propone en La Metamorfosis, o La Transformación, tiene que ver con el poder, o puentes invisibles, de necesitar desarrollar nuevos instrumentos para vivir y matar, para matar y vivir hasta cuando el hombre sea, ese mismo, transformado (trastornado) o metamorfoseado. Fernando Savater, autor de “Ética para Amador”, ha escrito: En la sociedad laica de garantías y libertades que es la democracia occidental (los que prefieran un modelo más piadoso pueden acogerse a la ortodoxia de Arabia Saudí), la cuestión de la vida buena, moralmente deseable, siempre permanece abierta al libre debate y nunca alcanzará la unanimidad del eterno acuerdo sino, en el mejor de los casos, la habitable transitoriedad del desacuerdo razonable. Se entiende, a la sazón, que el poder de decidir o comandar el rumbo de las nuevas sociedades humanas y sus futuros biotopos, tiene que ver, sencillamente, con la capacidad de conciliar los límites o cercos de determinado entendimiento o forma de poder. ¡Le imploro a Dios que así suceda! (Teorema Polimórfico). Para no tener, que ver, el yugo bíblico del Apocalipsis. Que también evidencia, como toda creación humana, el abuso y el no-abuso de poder.

¿Quién se ha puesto a debatir la cuestión divina de la ofrenda que debe hacerse a Dios, la disyuntiva de la ley draconiana que ejecuta Dios entre Caín y Abel? ¿Qué diferencia, real o simbólica, hay entre el fruto que da la tierra y el cordero? Acaso el-dios bíblico no cierne en el embudo, invertido, al que porta y transmite su palabra. Todo está contenido en la misma bolsa azarosa de Tristan Tzara o no, es así. En todo caso, qué nos cuesta tomar el lúcido antibiótico del olvido o la catarsis humana absoluta: que ya nadie necesite ir a una escuela o academia, porque allí se inicia el patrón de querer desarrollarse y cambiarlo todo; que universalmente el hombre sea como la mosca (comer, nacer, comer, reproducirse, comer, ¡morir o ser para comer!), para que no tenga que estar por ahí inventando nombres y cosas, cosas y nombres. O será que las moscas, también, están planeando aniquilarnos. Será que también nombran. ¿Cómo saber en el lapso, invisible, de sus vidas o las nuestras? De sus códigos y nuestros códigos, si ni siquiera podemos o intentamos comprender el simple e imaginario asunto de nuestras fronteras de ley, ética y moral.  

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Pero no, el objetivo de la vida del hombre es controlar (con ciencia o religión) todo lo que pueda, y de poder, todo. Será, ya no, teoría geocéntrica o heliocéntrica sino Antropocéntrica sobre todas las cosas. Si, yo, pregunto a un niño de cualquier parte del mundo: ¿Qué quieres ser o hacer cuando seas grande o adulto? Estoy seguro que me responderá con lo que puede ver o siente en su entorno. La capacidad o influencia de decidir y ser considerado por sus semejantes como ejemplar (ejemplar como algún tipo de poder, no como bueno ni malo). Es así o nada es verdad. Y existen hombres a los que no les importa el poder, hombres que no deciden nada, ¿serán hombres que no viven? Y qué pasa con el que escribió un libro o anotó su filosofía en la pared de su casa o frisos Mayas. Acaso él, en el supuesto de ser tomado en cuenta, no ejerce un tipo de poder. Claro, porque hay alguien que le cree y actúa de acuerdo a lo que él a escrito o pintado. ¿Qué es, realmente, lo que tratamos o sustentamos en el poder? Como dije, anteriormente, el poder está inmerso o copulado a toda creación o ámbito existencial humano.

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La lógica, o algoritmo del poder, sería: ¿Quién ha leído El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha y no recuerda al personaje principal de la novela? ¿Quién ha visto El último tango en París de Bernardo Bertolucci y no recuerda que ella (Jeanne) lo mata a él (Paul)? ¿Quién ha viajado por la costa peruana y no recuerda el inmenso océano pacífico? ¿Quién ha estudiado historia universal y no recuerda a Napoleón Bonaparte? Es una cuestión de totalidad y prioridad (algo muy personal, pero, semejante en el hombre). Sino qué esperan los millonarios del mundo, para qué seguir acumulando riqueza si ellos igual se van a morir, y además, si bien el dinero se hereda ¡la capacidad de manejarlo no! y esto hace que todos los días un millonario se arruine y un pobre diablo, o ángel, se enriquezca.

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 Por toda esta, para muchos, malhadada reflexión, y como al final parece ser todo un cabal absurdo: que cada uno ilumine su roca para que se vuelva menos pesada, que el que tenga dé al que no tiene, que el que más tenga dé a más, y que el que no tiene no dé sino reciba… así terminaré esta mediática metáfora, con lo que sigue, ya que en la más certera ficción de la idea, ella misma sigue siendo falsa y sólo vive de acordada existencia. Por lo que digo: ojala alguien me crea y el mundo mejore, porque para eso es el arte o para eso debería de ser. Para todo caso: ¿Cómo puede ser el hombre responsable si su vida no depende de su propia elección? dice S. Kierkegaard. Claro. ¿Quién se ha dado cuenta? ¡O es que el hombre elige en dónde nace y cómo nace! Un aparecer, al parecer, fortuito en San Gerónimo en el Cusco, o en una de las cunas de los nuevos dueños del Banco de Crédito del Perú o en el seno de los herederos del Reino Unido… ¿Qué fuerzas adversas e inefables actuarán?

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Se ha dicho que no es el hombre el que trata de destruir al hombre sino que es la propia naturaleza la que trata de controlar al hombre, su propia creación. Cuestión paradójica y a más vacía, ya que el hombre, al hombre, le cuesta más de un planeta Tierra aceptar que él jamás controla o inventa nada sino que es, solamente, lo que se le permite. A pesar de ser, siempre, utopía del hombre ciego: el que entiende su imaginaria y sopesada realidad objetiva, su propia justificación o banalidad que explica, ordena o gobierna su mundo. Lo que asimila, traduce y difunde en sus más imaginarios códigos. La línea arqueológica, antropológica y evolutiva (transformación = cambio = deferencia) que entiende de su propia y voraz existencia. Parámetro religioso: todas las religiones que existen, han existido y, todavía, existirán como verdaderas y todas, iguales, como falsas. De principio y de fin, teoremas que rellenan la propia hiperactividad del hombre.

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 Para Arthur Schopenhauer el mundo no es sino la representación de una inmensa, permanente y ciega voluntad. Pero si esto es verdad por qué todo se presenta, a nuestros sentidos, con orden y leyes que inclusive, parece que, llegamos a controlar: a sugestión extirpamos el gen que le permite al pez soportar bajas, muy bajas, temperaturas y se lo insertamos a una verdura para que, obstinadamente, se desarrolle donde antes no pudo. Igualmente, se habla de que el hombre está destruyendo el medio ambiente, a su propio medio ambiente (biotopo); sin embargo, un poco como jugando, o ya en serio les digo: que la naturaleza (Universo = ambiente = biotopo) permite, controla y permite todo lo que el hombre ejecuta, ya que el hombre es la misma naturaleza (Universo =  ambiente = biotopo = hombre = cerdo = virus…) Entonces se asume: si el hombre está destruyendo el medio ambiente es porque el hombre destruye al hombre, es porque la naturaleza se destruye a sí misma. Se redefine, en lo que llamamos sus leyes, por ciclos atemporales. Creo que a algo, en demasía, extraño estoy llegando. Ya que el principio de caos, negación y de absurdo no sería más que una cuestión de cíclica, repetida e indefectible realidad.

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 El hombre está condenado a ser libre, sentencia Jean Paul Sartre. ¿Qué denota esto? Acaso que todo lo anterior es cierto. Que no importa, o que es en realidad intrascendente, qué hace o no hace el hombre, porque al final inevitablemente es un ser que va a morir (La muerte es esencial y es exclusivamente su posibilidad más personal e intransferible. Martin Heidegger). Que el hombre es el único ser que conocemos, hasta ahora, capaz de pensar que todo lo que vive es en realidad un engaño, una farsa… Para cambiarlo todo, a sus ojos, la realidad, la posible y nueva realidad (un nuevo estilo arquitectónico, una nueva técnica pictórica, un motor que funcione con saliva-genética humana, un canal de televisión que muestre en las 24 horas de su programación diaria la vida no tan imaginaria de los hipocampos…)

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 Palabras, juego de palabras que no dicen nada, palabras que lo dicen todo, el Estructuralismo: una palabra que dice y dirá en el presentefuturo. Palabra que vive y muere en la memoria: comprensión de uno solo. Suciedad (sociedad) Humana. En todo caso, también, llegó Ludwig Wittgenstein a salvarnos: el significado de una palabra es su uso en el lenguaje. Así confirmamos cómo es que hay teorías que mueren (que se refutan y anulan), también hay filosofías como palabras que se dejan de usar, por ser muy viejas, por ser muy feas, por ser muy ordinarias y simples representaciones que ya nadie o muy pocos piensan. A cómo de lugar la palabra es sin duda pacífica.   

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  Ilustración : Steve Adams (http://adamsillustration.com/)

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